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Óscar Antonio Sipán y Eva Pelegrí ganan el Certamen de Relatos del Día de la Mujer del PSOE

La entrega de premios tendrá lugar este viernes 15 y se celebrará una mesa redonda en la que seis políticas socialistas hablarán de la igualdad de la mujer en la política

Martes, 12 mar. 2024. REDACCIÓN
El PSOE ha organizado para este viernes (Casa del Pueblo de Alcantarilla, calle Mayor 129, viernes 15 marzo, 19:30 h.) el acto de entrega de los premios del X Certamen de Relato Breve por el Día Internacional de la Mujer. Acto seguido se celebrará una mesa redonda titulada ‘Desigualdad ¿también en política?’.
Los ganadores del certamen han sido Óscar Antonio Sipán Sanz (primer premio) por su relato titulado ‘Cansada de vivir entre malvados’, y Eva Pelegrí Margel (segundo premio) por su obra titulada ‘Galletas’.
En la mesa redonda intervendrán María González Veracruz, secretaria de Estado de Telecomunicaciones; María Antonia Martínez, ex presidenta de la Comunidad Autónoma y primera y hasta ahora única presidenta autonómica murciana; Rosa Peñalver, ex presidenta de la Asamblea Regional de Murcia e igualmente primera mujer en ese cargo; Tania Ros, secretaria de Igualdad del PSOE-PSRM; Marisol Sánchez Jódar, diputada regional socialista; y Lara Hernández Abellán, concejal socialista de Alcantarilla, secretaria general de la Agrupación Socialista y primera mujer que desempeña este cargo local.

Relatos premiados

‘Cansada de vivir entre malvados’, de Óscar Antonio Sipán Sanz
“Querida vecina del 3º B:
El día que descubriste que ella era la diferencia entre el agua bendita y el agua de pozo, ese mismo día ella se marchó. Enfermo de recuerdos, vecina, empezaste a poner música para traerla de nuevo.
Caminas toda la noche por el pasillo, sin encender la luz, pasillo arriba, pasillo abajo, como una ciega sin memoria, escuchando en bucle el vinilo de ‘My funny valentine’, de Chet Baker. Al marcharse se llevó tu risa franca y tu optimismo, igual que los bancos se llevan las casas. Supongo que te quema en la boca del corazón el quédate que nunca le dijiste.
En el comedor, le haces preguntas al retrato a lápiz que le regalaste por su treinta cumpleaños, y como éste no se digna en contestar, colocas en el tocadiscos ‘Adoro’, de Chavela Vargas, mientras fumas abrazada al humo y al desamparo, cansada de vivir entre malvados.
Por las mañanas preparas una cafetera de veinticuatro tazas –la clásica Bialetti que compraste con tu primer sueldo– con ‘Bale blue eyes’, de The Vervet Underground, y luego riegas un filodendro, la única planta que trajo ella y que no se te ha muerto, con ‘¡Ay amor!’, de Caetano Veloso. Recuerdas con claridad su silencio persuasivo y su respiración de fiera cautiva, pero empiezas a olvidar su risa, esa risa contagiosa e infantil que terminaba en hipo. Llegó como un amor de verano y se apropió de todas las estaciones, mujer sonajero que hacer sonar para espantar la soledad.
Querida vecina del 3º B: pones música tan triste que hasta yo siento nostalgia de tu chica. Pero, por favor ¿podrías bajar un poco el volumen? Muchas gracias”.

‘Galletas’, de Eva Pelegri Margeli
“Yo era una mujer sencilla, cuando sencilla equivalía a ser ignorante. Nunca estrenaba ropa y me tomaba muy en serio los estudios de mi hija.
Devota de las causas imposibles, mi suegra me aficionó a Santa Hildegarda: una monja filósofa, sanadora, compositora, que dirigió una abadía. ¡Ah, y hacía galletas! Desde entonces rezábamos al amanecer y desayunábamos galletas de espelta. Cuando mi suegra falleció de cáncer, mi marido y su hermano soltero consideraron que el abuelo Vicente no podía estar solo. Además, en casa quedaría una cama vacía porque a Berta le habían concedido una beca en el extranjero.
‘Pulverice el mismo peso de canela y clavo. Añada harina de espoleta y hornee la mezcla… Cómalas a menudo y le ahogarán la amargura del corazón y le abrirán sus embotados sentidos’.
Tus recetas me alientan. Tuviste acceso a la biblioteca del monasterio; servidora a los apuntes de mi hija. Dejas para la posteridad que no podemos vivir en un mundo interpretado para nosotras por otras personas. Tienes razón. No me corresponde cuidar del abuelo por haber nacido mujer. Un mundo interpretado no es una esperanza ¿Adónde fueron los sueños de declararme una mujer libre de hacer lo que le dé la gana? Berta tiene un futuro prometedor y no me necesita. Parte de nuestro miedo es recuperar nuestra habilidad para escuchar. Mi marido nos da un beso y se ofrece a ayudarme cuando regrese con el abuelo. Para utilizar nuestra propia voz, puntualizas entonces, para ver nuestra propia luz.
Preparamos el equipaje. El embarque es a las doce. Desde el avión, los edificios se ven pequeños como los retales de mi edredón. Dejamos atrás la lavadora llena, la nevera vacía y una nota enganchada con un imán: ‘Ramón, me largo con Berta; puedes comenzar haciendo galletas’. “

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