OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. ¡Exulten de alegría!

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo de Resurrección

La dificultad para hablar de la alegría

Hay momentos de la vida personal y de la historia humana, tales como la muerte de una persona querida o en medio del desastre de una guerra en que resulta difícil pronunciar palabras de alegría y de felicitación. A veces no se puede responder bien ni siquiera a la pregunta “¿Cómo estás?”. Cuesta responder “bien” cuando se está inmerso en la tristeza o en el sufrimiento. Las circunstancias del momento histórico actual y de la situación personal por la muerte tan reciente de mi madre no parecen muy propicias para celebrar casi nada. Sin embargo, hoy nos toca celebrar con gran alegría la Resurrección de Cristo. Y me toca predicar, anunciar y cantar a Cristo Resucitado. En estos momentos recuerdo las palabras de Elie Wiesel, el Nobel de Literatura, que vivió en los campos de concentración del nazismo, cuando explicaba que la razón de la alegría de la fe no era ni su persona, ni su circunstancia, sino Aquel por el que había que hacer la fiesta del Sabat, por Dios, y sólo por Él. Esto es lo que hoy, en tiempos de dolor y sufrimiento, nos toca vivir en la Vigilia Pascual a los cristianos.

Exulten

Yo no sé si podré hacerlo, pero confío en el que todo lo puede y espero que me ayude a cantar al Señor Resucitado. Lo difícil es que en el pregón pascual, al principio de la vigilia, resuena como una auténtica explosión de alegría y júbilo su primera palabra: “Exulten”. Con ella el pregonero de las fiestas de Pascua marca la actitud fundamental que debe llenar el corazón de los fieles en el Pueblo de Dios. Es una palabra que procede del latín, traduce el “exsultet” del canto gregoriano y apenas se conoce fuera del ámbito litúrgico. Por medio de ella se convoca al universo entero, celeste y terrestre, a hacer fiesta por el Resucitado, en esa noche en que Jesús ha vencido la muerte, el pecado y la culpa de la humanidad. Exultar es mostrar alegría y gozo de manera desbordante. Exultar es el grado supremo de la alegría. Es la alegría espiritual que nace del fondo del alma y suscita emociones sin cálculo. Es casi imposible cantarla con fe en una celebración sin que se produzca un escalofrío vibrante de gozo, también físico. A esta alegría es a la que se invita a toda la Iglesia y al mundo por asistir a la proclamación de la gran buena noticia por antonomasia para la humanidad: Cristo ha resucitado.

Aleluya

Esta demostración de alegría exultante, especialmente con motivo de Pascua, es la que contiene la palabra ¡Aleluya! Este término de origen hebreo es prácticamente intraducible y por eso en nuestras lenguas sólo se transcribe y lo pronunciamos como en hebreo: Halleluyah. La forma hebrea es la de un verbo (hll) en la segunda persona del plural del imperativo con forma intensiva, “hallelu” y significa “alabar” o “dar gracias” con gran alegría. Pero la palabra Halleluyah contiene al final el sufijo “yah”, que es la forma alternativa y abreviada del nombre de Dios, YaHWeH, que debemos traducir como “Señor”. Por ello la palabra Halleluyah significa dar gracias al Señor, alabándolo, cantando, tocando instrumentos o danzando, con alegría exultante y manifiesta, que tiene su origen, su motivo y su destino en el Señor Dios y sólo en el Señor. Se canta Halleluyah por el Señor Dios y para el Señor Dios.

Este es el día en que actuó el Señor

Teniendo en cuenta esta dimensión de relación gozosa, inherente a “Halleluyah”, relación de agradecimiento y alabanza a un Dios personal, que ha actuado a largo de la historia de Israel, liberando a su pueblo de la esclavitud, conduciéndolo a la tierra prometida, manteniendo su alianza por siempre y a quien podemos llamar el Señor, la fe de los cristianos sostiene que ese Dios personal se ha manifestado plenamente en Jesús, que resucita de entre los muertos y consigue para los seres humanos la liberación más definitiva y profunda: la salvación de la muerte y del pecado, pues la victoria de Jesús, cuyo nombre indica que El Señor es el salvador, ha sido compartida y comunicada a sus hermanos los hombres. Esta maravillosa realidad de la victoria sobre la muerte y sobre el pecado, ya conseguida por Jesús es transmitida a los creyentes en Él, y por ello tenemos la gran alegría de alabar a Dios exultantes de gozo en este día de la Resurrección de Cristo proclamando al mundo entero la palabra de la plenitud de la alegría que es Halleluyah, anunciando así el estado de dicha permanente de los creyentes por la actuación salvífica, liberadora y definitiva del Señor Dios.

La Resurrección de Cristo

Hasta el momento de la resurrección de Cristo nadie había podido oír ni pronunciar nunca esta singularísima, excelente y genuina Buena Noticia del Evangelio: que el Señor ha resucitado. Por eso Pablo la destaca poniendo el artículo determinado a la palabra: El Evangelio”. No es comparable a cualquier otra Buena Noticia. Es tan especial que a ella se reserva la categoría de Evangelio. El Nuevo Testamento la transmite recogiendo el testimonio de la predicación cristiana primitiva: Cristo ha resucitado. Y ésta es la gran noticia del domingo de Pascua como mensaje de alegría que resuena por toda la tierra y hace exultar a la humanidad. Hace veinte siglos que sucedió, pero constituye una novedad permanente en la historia de la humanidad. El horizonte al que podemos mirar los seres humanos, desde Cristo Resucitado, va más allá de la muerte porque, igual que Jesús ha sido resucitado de la muerte, todos con él recibirán la vida en virtud de su Espíritu. La resurrección de Cristo es, por tanto, el comienzo de la nueva humanidad. Hoy es el primer día de la nueva creación. Éste es el motivo de la exultación universal.

La acción de Dios en la resurrección de Cristo

La narración del sepulcro abierto y sin el cuerpo de Jesús en el Evangelio de Lucas (Lc 24,1-11) permite destacar varios elementos singulares del relato. Las mujeres encontraron removida la piedra con lo cual se indica, igual que en Marcos, que el acontecimiento de la resurrección es una obra divina. Las mujeres no encuentran el cuerpo del Señor Jesús. En la búsqueda de Jesús, que había sido crucificado y sepultado, las mujeres se encuentran la sorpresa de que no está donde lo buscaban, pero reciben un mensaje de dos hombres que se presentan con ropa relampagueante como mensajeros de Dios. El mensaje que ellas reciben va precedido de una interpelación profunda convertida casi en un reproche: “¿Por qué buscan ustedes al viviente entre los muertos? No está aquí, sino que resucitó”. Es una indicación genuina de Lucas. Parece que las discípulas, que habían perseverado hasta el final, más allá de la muerte de Cristo, y firmes en su amor inquebrantable al Señor, a pesar de su fidelidad, no habían entendido quién era Jesús ni la vida que él transmitía. El resucitado marca una ruptura con la historia del común de los mortales, ya que la novedad de vida que él tiene y que comunica a los humanos ya no está sometida a la muerte y es eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de amor y de entrega que vivió Jesús en su vida mortal, su mensaje de verdad y de justicia, de perdón y de paz no podía quedar retenido en la tumba de la muerte. Por eso Dios lo resucitó de entre los muertos y a través de él sigue generando y comunicando vida, alegría, paz y fraternidad entre los hombres.

Recordar siempre la Palabra del Señor

Por eso la misión de las mujeres y de la Iglesia es “recordar” (es decir “traer al corazón” que diría Ortega y Gasset), haciendo memoria, lo escuchado en Galilea. Para encontrarse con el Resucitado no es necesaria ni siquiera una aparición prodigiosa. Con recordar las palabras de Jesús basta. Al hacer memoria del plan de Dios sobre el Hijo del Hombre y de su entrega por amor en manos de los pecadores, pero a favor de ellos, recordando su crucifixión, como justo, y la resurrección, como culmen del proceso de la manifestación de Dios en Cristo, ya se siente la fuerza y la presencia del Resucitado, que impulsa a comunicar la noticia pascual, cambiando de rumbo la existencia. Finalmente, las mujeres, protagonistas de la misión inicial y permanente de la Iglesia, lo cuentan a los demás, pero sólo les cree Pedro, que comprueba, admirado, lo sucedido.

La misión de la Iglesia es avivar la Palabra de Jesús

La misión actual de la Iglesia consiste en avivar la fuerza de la Palabra de Jesús, cuyo recuerdo la actualiza y cuya proclamación la celebra como palabra regeneradora de una nueva humanidad, para vivir en el amor fraterno y en la gran alegría de que el amor de Dios ha triunfado sobre la injusticia, sobre el pecado y sobre la muerte en este mundo. Injertados en Cristo Jesús por el bautismo, los creyentes experimentamos que con él hemos dado muerte a todo pecado y podemos vivir en la permanente alegría de la gracia con la capacidad irrevocable de no pecar. Por eso en nosotros se ha generado una personalidad nueva para caminar en la novedad de vida en el Espíritu.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

También es misión primordial de la Iglesia recordar y anunciar la presencia del Espíritu en toda persona que, haciendo el bien y estando cerca de los que sufren la miseria, la injusticia, la opresión y la violencia, el hambre y la guerra, dan testimonio de la fraternidad universal de la familia humana, encaminada irreversiblemente hacia el Padre por el crucificado ya resucitado. Desde Bolivia, con los niños y el personal de Oikía, nuestra casa de acogida a los niños de la calle, exultantes por el Resucitado, les invitamos a cantar, de todo corazón y aunque sea con voz quebrada y ojos húmedos: Halleluyah. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura

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