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Lectura. Postales desde el filo

Por LARA HERNÁNDEZ
Martes, 10 ago. 2021

Desde donde alcanzo a recordar esta ha sido mi vista favorita: el sol escondiéndose tras la Isla del Barón enmarcado por un Mar Menor tintado de naranja rojizo. Sí, ya sé que hay millones de postales maravillosas, dentro y fuera de los límites de esta Región, pero esta es la mía y cuando mi corazón elige, lo hace para siempre. Cabezota que es una.
Escribo en un domingo de agosto en el que el viento ha cambiado de rumbo y el calor sofocante y empalagoso de los últimos días parece habernos querido dar un pequeño respiro. Llevo días intentando hacerlo, pero cada vez que empezaba a encajar las palabras, sentía cómo sus arañazos me obligaban a parar y dejarlo para la mañana siguiente. No es sano dejar para después lo que duele porque no cura. Los silencios que ahogan nunca lo hacen.

El Mar Menor, ese pequeño y único reino en el que aprendí a nadar o buscar caracolas y caballitos de mar, agoniza y quien no quiera verlo es que está completamente ciego

El Mar Menor, ese pequeño y único reino en el que aprendí a nadar o buscar caracolas y caballitos de mar, agoniza y quien no quiera verlo es que está completamente ciego. Por fin lo he escrito.
En junio de 2016 fui consciente por primera vez de su mal estado al ver cómo su color y transparencia ya no eran igual que el año anterior. Aquel día escribí en mis redes sociales lo siguiente: “Llevo 42 años disfrutando del Mar Menor cada verano en La Manga. Este año me encuentro con que ya no es del mismo color azul y con que mis hijas no pueden bañarse en él porque les pica todo el cuerpo. La impotencia que siento en este momento es como para ponerme a gritar y, desde aquí, desde donde considero que más se me puede escuchar, exijo que se asuman responsabilidades por esta catástrofe medioambiental y que aquellos que durante años han permitido que ocurra, aun sabiendo que los vertidos acabarían matándolo, sean juzgados por ello”.
Nadie ha sido juzgado, nadie ha asumido responsabilidad alguna y nadie ha pedido perdón. La soberbia y la política no deberían ir nunca de la mano.
Tres años después de aquel principio, en octubre de 2019, pudimos ver cómo miles de peces aparecieron una mañana muertos en la playa de Lo Pagán, en el término municipal de San Pedro del Pinatar. La falta de oxígeno en todo el Mar Menor llevó a los peces hasta la orilla y, debido a la falta de profundidad, acabaron asfixiándose en la superficie. Recuerdo esas imágenes agónicas y ese día negro para nuestra Región como uno de los más tristes de mi vida.

Carteles y más carteles donde se lee “SE VENDE” forman ya parte del paisaje de los pueblos de La Ribera del Mar Menor

Llegamos a este verano y comprobamos cómo se intenta tapar el problema con videos promocionales y la instalación de unos pantalanes en Los Urrutias; armatostes muy vistosos que carecen de sentido, han costado un pastón al Ayuntamiento de Cartagena y que solo han conseguido que el agua se estanque, aún más, además de darnos algún que otro susto y disgustos importantes. Sus vecinos, entre ellos mi propia familia y muchos amigos, junto con los de Los Nietos y otras muchas playas del Mar Menor, siguen denunciado incansablemente que no pueden bañarse porque los lodos, las algas y el olor a cieno lo hace imposible. Carteles y más carteles donde se lee “SE VENDE” forman ya parte del paisaje de los pueblos de La Ribera del Mar Menor y el agua de toda la laguna es, la mayoría de los días en los que sopla el Levante, más marrón y turbia de lo que quisiéramos. Esta es la verdad, por mucho que nos duela.
Llevamos años clamando y exigiendo responsabilidades y soluciones efectivas, pero de poco parece que haya servido visto su actual estado. Desde julio de 2020 existe una Ley Regional de Protección y Recuperación del Mar Menor que, a pesar de no ser la que muchos hubiésemos querido, es la única que pudo ser aprobada, pero que ni siquiera así está siendo desarrollada y cumplida por un Gobierno Regional que ahora, por fin, parece no tener reparos en reconocer el problema y exigir responsabilidades a otros. Siempre la culpa es de otros, hasta cuando todo el mundo sabe quién es el verdadero culpable.

Hace apenas unos días seis ciclistas llegaron hasta La Manga, pedaleando desde Madrid, para visibilizar la situación del Mar Menor. Vaya mi aplauso para ellos y para cualquier otra persona de las que durante estos años han puesto su pequeño granito de arena, acudiendo a manifestaciones, colgando banderas en sus ventanas, componiendo canciones, firmando o recogiendo firmas para conseguir que la laguna tenga personalidad jurídica o escribiendo un sencillo “Salvemos el Mar Menor” en cualquiera de sus redes sociales. Personas comprometidas que, junto a asociaciones vecinales y ecologistas, han peleado duro y siguen sin rendirse a día de hoy, por mucho que en ocasiones se las haya despreciado o acusado, incluso, de mentir, alarmar o no querer lo suficiente a su propia tierra, y solo por clamar justicia y gritar bien alto lo que no es más que la vergonzosa realidad. El mundo al revés.
El Mar Menor es nuestra joya más preciada, una laguna costera de 135 kilómetros cuadrados separada del Mar Mediterráneo por una franja de 22 kilómetros de tierra en la que he tenido la suerte de haber pasado todos mis veranos desde hace ya 47 años. Sé que soy una afortunada e, inevitablemente, me viene a la cabeza mi pueblo, Alcantarilla, donde hay muchas familias, con niños y niñas, que no pueden darse un baño porque no hay una piscina de verano pública desde hace más de diez años; familias que estoy segura de que hacen un esfuerzo enorme para poder llegar hasta cualquiera de sus playas más cercanas, en este caso las que están bañadas por el Mar Menor, y así poder refrescarse. Escribo hoy pensando en ellas y en todos los que tantísimo queremos al Mar Menor, pero, sobre todo, lo hago por los que vendrán después y porque me gustaría que pudiesen seguir disfrutándolo de la misma manera en la que lo hice yo.

Reconozco que soy visceral y nada derrotista. Estoy convencida de que aún estamos a tiempo de salvarlo y es por ello que me he visto en la obligación de escribir, aunque las palabras me arañen, para seguir denunciando esta injusticia y para exigir que se cumpla la ley y que aquellos que han silenciado, despreciado y permitido que vertidos y nitratos hayan llevado al Mar Menor a este colapso nos pidan algún día perdón por ello. Llámenme ilusa.

Imagen principal: CÉSAR CRESPO ALCARAZ

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