OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. La Jornada mundial de los pobres

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 19 nov. 2023

“No apartes tu rostro de ningún pobre”

Este domingo hacemos memoria en la Iglesia de VII Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco hace siete años. El mensaje papal se centra este año en la expresión bíblica “No apartes tu rostro de ningún pobre” (Tb 4,7). Con este texto del Tobías el Papa invita en este día a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a atender a los pobres. Las palabras que Tobit dirige a su hijo Tobías son su auténtica herencia: “No apartes tu rostro de ningún pobre”. Cuando estamos ante un pobre -dice el papa Francisco- no podemos volver la mirada hacia otra parte, porque eso nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús. Y fijémonos bien en esa expresión “de ningún pobre”. Cada uno de ellos es nuestro prójimo. No importa el color de la piel, la condición social, la procedencia. Si soy pobre, puedo reconocer quién es el hermano que realmente me necesita. Estamos llamados a encontrar a cada pobre y a cada tipo de pobreza, sacudiendo de nosotros la indiferencia y la banalidad con las que escudamos un bienestar ilusorio”.

Los muertos de pobreza son mucho más numerosos que los de la pandemia reciente

En la familia humana convivimos unos siete mil millones de personas y, de manera más o menos directa y cercana, todos experimentamos los grandes sufrimientos de las tres cuartas partes de la población mundial: los hambrientos, los emigrantes, las víctimas de las guerras, los que no pueden conseguir trabajo, los niños de la calle, todas las víctimas de la injusticia social, de la desigualdad, de la corrupción económica, de la explotación laboral, de la violencia y de la pobreza estructural en la que está sumida la mayor parte de la humanidad. Cada día se nos mueren de pobres más de treinta y cinco mil hermanos, de los cuales dieciséis mil son los más pequeños, los niños. Serán unos de doce millones los que mueran este año por ser pobres. La pandemia que parece no tener un final es la de la pobreza, incomparablemente peor que la del coronavirus. Y para vencer la pobreza sólo hace falta una vacuna que está al alcance de todos y cuyos componentes básicos son dos: la responsabilidad y la caridad.

Las parábolas exigentes de Mateo

Hay dos parábolas hacia el final del evangelio de Mateo que pueden ayudar a la reflexión. La parábola de la comparecencia de todas las naciones ante el Hijo del Hombre (Mt 25,31-46) revela que en el mensaje de Jesús la relación de fraternidad con los más pobres del mundo, con los necesitados y marginados es el gran vínculo de la familia humana. La justicia a la que apela el primer evangelio se fundamenta en la identificación plena de Jesús Resucitado con todo ser humano sumido en el sufrimiento por carecer de los bienes y derechos humanos más básicos y en la consideración como hermanos suyos de todos ellos sólo por el mero hecho de ser víctimas. Y ésa puede ser la clave para comprender también hoy la parábola anterior, la de los talentos (Mt 25, 14-30).

La parábola de los talentos 

Estructurada con tres personajes, es una parábola didáctica y de juicio, según la cual un hombre, al irse de viaje, dio sus bienes a sus siervos, a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad. Cuando regresó, arregló cuentas con ellos. Los dos primeros habían duplicado los talentos y, por ser fieles y buenos, pasaron a la alegría de su señor. Pero el tercero, el que sólo había recibido un talento tuvo miedo a la exigencia de su señor y lo escondió en la tierra, impidiendo así todo tipo de avance y desarrollo de los bienes recibidos. A éste se le quitó lo que tenía y, por ser un siervo malo y holgazán, quedó fuera de la alegría de su señor.

La llamada a la responsabilidad

Esta parábola de los talentos no es tanto un elogio de la productividad, cuanto una llamada exigente a la responsabilidad, pues no importa mucho la cantidad resultante al saldar las cuentas sino el talante de trabajo, el valor del riesgo y el sentido de la actividad, como expresión de una mística de servicio y responsabilidad en la convicción de que todo lo que se recibe y de lo que se dispone es un don de Dios y que, al final, ante él ha de responder todo ser humano. Por ello el premio es el mismo para todo aquel que sea bueno y fiel, un premio no cuantitativo ni proporcionalmente recompensatorio de la cantidad producida,  sino cualitativo y siempre desbordante: entrar en la alegría del Señor. Sin embargo, para quien vive bajo el miedo estéril, para quien sólo busca egoístamente su seguridad personal, ni siquiera lo que ha recibido le permite vivir en un gozo auténtico, pues no ha entrado en esa mística de la gratuidad, del servicio y de la responsabilidad.

De nuevo, el valor de la gratuidad: Todo lo recibido es un don

La gratuidad implica un talante profundo que permite comprender todas las realidades básicas como auténticos dones. Todo aquello que hemos recibido es don. Todo son dones recibidos, dones que proceden del Señor de la vida, aunque algunos no lo reconozcan ni lo agradezcan. Es decir, todo aquello de lo que disponemos es de Dios en su origen y lo hemos recibido para cumplir y desarrollar una misión. Pero son dones de Dios, le pertenecen a él y ante él hay que dar cuenta, más tarde o más temprano, por lo cual es mejor aprender a dar cuenta cada día. Por eso, la misma vida biológica, desde el origen del embrión humano hasta el último aliento vital, la libertad de toda persona, la dignidad de cada ser humano, su singularidad específica e irrepetible son dones y, porque son tales, se reconocen después como derechos inalienables. También las capacidades personales, los recursos disponibles y las posibilidades de desarrollo son dones recibidos por los que se debe dar gracias y los creyentes lo hacemos agradeciéndolo a Dios, que es el auténtico Señor.

El proverbio de la mano tendida a los necesitados

El servicio supone el desarrollo de todos los talentos recibidos con una orientación altruista y amorosa, que considera a los otros, y especialmente a los últimos y a los pobres, los destinatarios del bien que genera en cada persona el desarrollo de lo recibido. Los siervos elogiados por su bondad y fidelidad al señor son premiados por ser sobre todo siervos, es decir “servidores”,  que despliegan sus talentos en el servicio a lo que su Señor quiere. Y la voluntad del Señor es que se sirva especialmente a los pobres y necesitados como recuerda la última parábola de ese mismo capítulo de Mateo. En este sentido, destaca el elogio que de la mujer hacendosa hace el libro de los Proverbios en la lectura de hoy (Prov 31,10-13.19-20.30-31) y dice de ella que vale más que las perlas, que trae ganancias y no pérdidas para su casa y, finalmente, tras admirar su trabajo, su habilidad y su eficacia, resalta su amor al pobre: “Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre”.

Responsabilidad ante los dones recibidos 

Por último el gran valor resaltado en la parábola es la responsabilidad. La responsabilidad es el sentido de la dignidad humana que nos impulsa desde la conciencia a dar explicación, ante los otros y ante Dios, del desarrollo de los dones recibidos. La responsabilidad significa dar respuesta  acerca de aquello que se ha recibido como don, como encargo, como vocación y como misión. De todos los dones y de su desarrollo, cada cual debe dar cuenta, como mínimo, ante su conciencia y, como máximo, ante el Señor Dios. Y los grandes talentos que hemos de desarrollar todos en la Iglesia y en el mundo, especialmente por parte de los que tienen mucho, son el amor liberador hacia los últimos, la fraternidad con los desheredados, la solidaridad con los pobres y el servicio a los que sufren.

Despertar de la holgazanería y de la irresponsabilidad

Esto hemos de hacerlo todos los creyentes con espíritu de gratuidad gozosa, de servicio desinteresado y de responsabilidad exigente. Esta es la bondad y la fidelidad a la que nos llama el evangelio de hoy en el servicio a Dios y a los otros, particularmente de los pobres y marginados. Creo que este camino, trazado en sus fundamentos por el evangelio, es el sendero que conducirá a una transformación real de esta sociedad decadente y en estado crítico. Para despertarnos de la posible desidia y del raquitismo del corazón, para sacarnos de la frecuente holgazaneria en la que a veces nos vemos involucrados y para convertirnos de nuestras posibles irresponsabilidades, podría servirnos el final descrito en la parábola como juicio fatal contra el siervo inútil, holgazán, irresponsable, egoísta y temeroso. El destino personal del siervo infiel fue la tiniebla, “el llanto y el rechinar de dientes”, lo cual es una imagen, repetida hasta cuatro veces en el evangelio de Mateo, que debe servir como palabra amenazante que nos llama a la vigilancia y a la conversión de todo tipo de conducta desagradecida, egoísta e irresponsable.

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura

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