OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. ¡Dichosos!

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 29 ene. 2023

El Reino de Dios y las Bienaventuranzas

Desde el principio de su ministerio el Papa Francisco ha reiterado que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. Uno de los fundamentos de esta opción es el Evangelio de las Bienaventuranzas que este domingo se proclama en la Iglesia. El Sermón de la montaña del evangelio de Mateo comienza con las bienaventuranzas donde Jesús proclama la dicha del Reino de Dios como una propuesta de alcance universal que presenta a los pobres de la tierra y a los que se hacen pobres por amor a Dios y al prójimo, como los destinatarios primeros de la dicha propia del Reino. Mateo (Mt 5,3–12) presenta un bloque de ocho bienaventuranzas homogéneas con la misma estructura tripartita y con el denominador común del anuncio de la felicidad en toda la serie.

Dichosos y Bienaventurados

Todas las bienaventuranzas empiezan con la palabra «dichosos» (en griego: makarioi), puesta en boca de Jesús. Este término expresa en la Biblia la singular alegría religiosa que viene al hombre por la participación en la salvación que trae consigo el Reinado de Dios. Los macarismos del NT contienen paradojas sagradas, especialmente en las bienaventuranzas mateanas del sermón de la montaña: en ellos se siguen afirmaciones fundamentales que manifiestan a los seres humanos en estados de severa dificultad, pobreza, aflicción, desamparo, hambre, sed, como destinatarios del Reino de Dios y de los bienes de consuelo, alegría y superación de las necesidades. También el favor de Dios tiene como destinatarios a todos aquellos que actúan ayudando con misericordia a favor de los necesitados, con limpieza de corazón, generando la paz en el mundo hasta asumir incluso la persecución por su fidelidad a la justicia de Dios.

La alegría que viene de Dios

En las bienaventuranzas el término makarioi designa un conjunto de individuos humanos que disfrutan de la alegría eufórica y duradera en cualquier momento de la historia como un don de Dios. La palabra “dichosos”, como traducción de makarioi, que otros traducen como “felices” o “bienaventurados”, expresa una gran alegría interior en la persona que no depende de las circunstancias externas a ella, es profundamente  espiritual y remite al tiempo presente, no sólo al más allá de esta historia. Esa alegría no la puede quitar nada ni nadie, porque tiene su origen en Dios y en su Reino, se puede vivir hasta en situaciones adversas o de sufrimiento y el motivo de la misma es siempre, explícita o implícitamente, Dios.

Los pobres, como víctimas  sociales

En las bienaventuranzas de Mateo, Jesús llama dichosos, en primer lugar, a los pobres y a quienes están o pasan por una situación de negatividad extrema: los que gimen, los indigentes y los que tienen hambre y sed, también de justicia. En Lucas se llama dichosos a los pobres sin más especificación y se trata, por tanto, de los pobres e indigentes en su acepción material y socioeconómica. La razón de la dicha no es la situación en que se encuentran los destinatarios de cada bienaventuranza sino el giro que van a experimentar tanto su situación personal como esas condiciones sociales. Sólo por ser víctimas, por ser sufrientes, Dios está de su parte. La fuerza de las bienaventuranzas radica además en el hecho de que Dios hace llegar su Reino en el tiempo presente para los que ahora son pobres.

Los pobres con espíritu o “pobres a conciencia”

Mateo además radicaliza el mensaje de la bienaventuranza de los pobres haciéndola extensiva a los que libremente entran en esa situación de indigencia por causa del Reino, o por solidaridad con los que se encuentran en ella forzosamente o por su fidelidad a Dios. Así se puede entender la espiritualización realizada por Mateo al acompañar el término “pobre” de la primera bienaventuranza con un complemento nominal que determina de qué pobres se trata. Es la palabra “el espíritu” y en el texto griego va sin preposición. Sin embargo, en castellano y en las lenguas modernas es preciso introducir una preposición allí donde en el texto griego no existe. Esto ha motivado multitud de interpretaciones diferentes. La interpretación que yo propongo interpreta la palabra “espíritu” denotando tanto la interioridad de la pobreza como la voluntariedad de la misma, que podría recogerse en la expresión castellana: “dichosos los pobres a conciencia”.

La opción preferencial y evangélica por los pobres

La traducción propuesta en mi libro de la edición sinóptica y bilingüe de los evangelios (“dichosos los pobres con espíritu”, tal  como hizo I. Ellacuría) pretende evitar otras ambigüedades y apuntar hacia la interpretación aquí propuesta de “los pobres a conciencia”. Con ello nos referimos a personas que, en virtud del espíritu que poseen y dinamiza sus vidas, movidos por Dios como Señor exclusivo de su existencia, viven voluntariamente en la pobreza que otros, involuntariamente, están obligados a sufrir. Y, además, quedan incluidos también en el destino de la dicha ofrecido por Jesús todos aquellos que, estando en situación no buscada de pobreza, se enfrentan a la misma con la fortaleza que Dios  les infunde. Esta bienaventuranza es el mejor fundamento del mensaje de Jesús para la orientación de la “opción preferencial y evangélica por los pobres”, vigente desde hace décadas en la Misión Permanente de la Iglesia Latinoamericana y ratificada espléndidamente por los últimos Papas, particularmente por Benedicto XVI y Francisco.

La paradoja de la dicha evangélica

Pero la alegría de las bienaventuranzas en cuanto estado de plenitud gozosa es paradójica y misteriosa. Paradoja significa todo aquello que está fuera de la opinión común y de la gloria común. No hay nada más paradójico que las bienaventuranzas. Pero Paradoja significa también un enunciado que, bajo apariencias más o menos desconcertantes, encierra una verdad cierta, aunque en principio difícil de advertir. Tiene también su componente de misterio, en cuanto algo grandioso que tiene algo de oculto y no terminamos de expresar con nuestras palabras. La redacción paradójica y misteriosa de las bienaventuranzas nos invita a buscar la felicidad, no por otros caminos sino en dirección contraria. Esta dicha es una paradójica necedad, como la de la cruz de Cristo (1 Cor 1,18.21.23.25).

La alegría en Dios y por Dios

Las bienaventuranzas constituyen, además, un mensaje de felicidad con un código moral que invita a una determinada actitud, pero la felicidad anunciada por las bienaventuranzas no radica en la virtud, sino en Dios y sólo en sus dones, fruto de su gratuidad. La virtud no tiene por qué hacer a nadie más dichoso pues caeríamos en aquella mentalidad arcaica que consideraba todo infortunio como castigo y toda buena suerte como bendición. El misterio que torturaba a Job tuvo su inesperada réplica en la Pasión y muerte de Jesús, el Inocente. Esta paradoja es el escándalo para los judíos (1 Cor 1,23) y para todos cuantos se obstinan en mantener esa rastrera equivalencia entre felicidad y virtud.

Una dicha en el presente y en el futuro

Otra característica de la alegría de las Bienaventuranzas es que no es sólo para el futuro, sino para el presente. En las bienaventuranzas cabe hablar de un futuro ya presente pues la esperanza de un consuelo venidero constituye ya un consuelo actual. Ellas no se limitan a prometer una recompensa futura. Son dichosos ahora los pobres, los que lloran, los hambrientos y perseguidos. Son dichosos ya ahora y lo son porque Dios está con ellos. Los evangelios hablan a veces de premios reservados a la vida venidera, pero lo distintivo de las bienaventuranzas es que se trata de una dicha ya actual, en presente, pues la profecía se ha cumplido en Cristo, que ha vivido todas las bienaventuranzas. El Hijo de Dios ha venido al mundo y su palabra es eficaz: Hace lo que dice y, al decir “la paz sea con vosotros”, no solo la desea sino que la otorga, como alguien que dijera “buenos días” y trajera consigo al sol, comenta brillantemente J.M. Cabodevilla.

¡Felicidades!

Hoy es el día de mi cumpleaños y he recibido múltiples felicitaciones de todos mis amigos y familiares. Muchas gracias a los que ya me han recordado y muchas gracias por vuestra oración a los que “recen por mí” y a los que, como dice el papa Francisco, “me manden buena onda”, cuando reciban este artículo. Yo procuro que mi alegría se convierta en dicha, desde Dios y junto a los más pobres. Sigan rezando por mí cuando se acuerden. Al seguir este año con la lectura continua del Evangelio de San Mateo, yo también les deseo a todos ¡Felicidades!. Entremos en la vivencia gozosa del Reinado de Dios en nuestras vidas, orientemos nuestras preocupaciones en la atención a los pobres y desdichados del mundo y sigamos cambiando nuestra mentalidad, nuestros criterios y nuestro corazón con la gran alegría que lleva consigo el anuncio de la plenitud paradójica de las Bienaventuranzas evangélicas.

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura

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