OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. San Pedro y San Pablo, entusiasmados por Cristo

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 26 jun. 2022

La fiesta de San Pedro y San Pablo

La Iglesia celebra a la vez la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, como grandes pilares de la fe en el comienzo de la Iglesia primitiva. Ambos tuvieron que asumir los desafíos del inicio de la expansión y difusión del Evangelio de Jesucristo. Fue una fase crucial de la Iglesia, que impulsada por el Espíritu Santo, se abría al mundo entero para comunicar la buena noticia de la salvación a todos los seres humanos. Ambos, entusiastas de Jesucristo y de su Evangelio, dieron testimonio con su sangre del mensaje de la salvación. Por caminos muy diferentes, pero con el mismo amor a Jesucristo, los dos proclamaron con su vida y su palabra la alegría de la fe. La Iglesia los venera juntos, en el mismo día, haciendo memoria creyente de estos apóstoles y mártires, cuyos sepulcros se encuentran en Roma en sus respectivas basílicas.

Pablo, testigo del Evangelio

Pablo era un judío fariseo de la diáspora, profundamente convencido y orgulloso de su fe en la religión de Moisés que, tras el encuentro personal con el Señor Jesús, recibió el impulso del Espíritu para ser el testigo más convincente del Evangelio de Cristo en las vastas regiones de Asia Menor y la Europa de la cultura clásica grecolatina. Su testimonio y su pensamiento, su experiencia religiosa y su pasión misionera han quedado reflejados en los Hechos de los Apóstoles y en las trece cartas atribuidas a Pablo en el Nuevo Testamento, haciendo de él el testigo primero y más amplio de la vida cristiana.

Entusiasta apasionado

Pablo fue un entusiasta apasionado del Evangelio, es decir, del mensaje de salvación que para el género humano supone el anuncio de Jesús, el Mesías, y éste crucificado y resucitado. Esta palabra potente de salvación cautivó su vida y se convirtió en el sentido de su existencia. Su ejemplo puede servirnos en nuestra espiritualidad profunda para transformar nuestras capacidades personales y concentrar toda la vida en el amor a Cristo. El Evangelio de Cristo es el fundamento de la fe, el sostén de la esperanza y la palabra más potente para transformar el mundo.

El encuentro del Evangelio con la cultura grecolatina 

Pablo fue también el primero que propició la apertura y el encuentro del evangelio con la cultura del mundo grecolatino. Desde su primer escrito, la primera carta a los Tesalonicenses, hasta el último original, la Carta a los Romanos, todas sus cartas son cartas amistosas que responden puntualmente a los problemas de las comunidades eclesiales de vida urbana que en su mayor parte él mismo fundó. Sin embargo, reflejan también la fuerza del Evangelio en su vida como potencia del Espíritu para dar respuesta a los grandes interrogantes de la existencia humana. La trascendencia de las grandes cartas, a los Gálatas, las dos a los Corintios, y sobre todo la Carta a Los Romanos, ha marcado la historia de la cultura occidental.

El paradigma del diálogo transformador de las culturas

Pablo, como gran teólogo del cristianismo, realiza la primera síntesis del encuentro del Evangelio con su cultura en todas las ciudades de su misión por la cuenca mediterránea, en Tesalónica, Filipos, Corinto, Éfeso y Roma. Él es el paradigma del encuentro del Evangelio con las culturas. En un mundo multicultural como el nuestro, particularmente en Latinoamérica y África, nuestra Iglesia debe seguir profundizando los valores y los antivalores, las creencias y las tradiciones, los interrogantes abiertos y las deficiencias de las culturas para propiciar el encuentro profundo con los valores del Evangelio y contribuir así a la Nueva Evangelización del mundo contemporáneo, que mira al continente latinoamericano como el continente del amor y de la esperanza. La entrega de Pablo a la causa del Señor en la misión evangelizadora y en medio de no pocas tribulaciones queda patente en el testamento final de su vida, que escrito por él o por algún discípulo suyo, está recogido en la Segunda carta a Timoteo que hoy leemos (2 Tim 4,6-18).

La confesión de fe de San Pedro

Sobre Pedro, entre otros, hay un texto evangélico clave que está en el centro del evangelio de Mateo (Mt 16,13-20). En él Jesús plantea abiertamente la cuestión de su identidad, pero reclama, sobre todo, la respuesta personal de sus discípulos. Destaca sobremanera la confesión de fe de Pedro, profundamente creyente, que reconoce en él al Mesías y al Hijo de Dios vivo. A esa confesión de fe de Pedro corresponde Jesús con una triple indicación: la felicitación por haber recibido de Dios la revelación que le ha llevado a profesar su fe, la elección particular de Jesús para que Pedro desde su fe constituya el fundamento sólido de la única Iglesia de Cristo y la concesión de toda la autoridad, mediante la entrega de las llaves del Reino, para ejercer su misión al servicio del mismo con la potestad de atar y desatar.

La primacía de Pedro

Especialmente resuena la correspondencia entre las palabras de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” y las de Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. La confesión de Pedro, decidida y audaz, impulsa a Jesús a conferir a Pedro una misión y un estatuto especial en el interior de su Iglesia. Una bienaventuranza tan personalizada y singular no es habitual en los textos bíblicos, los cuales dirigen este tipo de felicitaciones a grupos o categorías de personas. Lo extraordinario de la expresión atrae la atención sobre la figura y la misión de la persona de Pedro, cuya primacía entre los discípulos queda patente a lo largo de todo el Evangelio. La bienaventuranza dirigida a Pedro muestra que el origen de su conocimiento es el resultado de una verdadera revelación del Padre.

Pedro y Piedra

Mediante el juego de palabras, Pedro y Piedra, Mateo justifica el cambio de nombre de Simón, pues, al llamarlo así, Jesús transforma su identidad personal apuntando a la misión específica que va a tener en la construcción de su Iglesia. La piedra es símbolo de la estabilidad, de la solidez y de la durabilidad. En el Antiguo Testamento se aplica a Dios (Sal 18,2) y al Mesías (Sal 118,22-23; Is 28,16-17), y a Abraham en cuanto cabeza del pueblo Israel (Is 51,1-2) y en el Nuevo Testamento a Jesús (Rom 9,33; 1 Cor 3,11; 1 Pe 2,4-8). De este modo el nombre de “Pedro” refleja su misión y su función en la Iglesia. Con este fundamento, el Señor Jesús fundará y construirá la Iglesia. Es una acción futura que realizará Jesús en persona consolidando una comunidad mesiánica, no reducida ya al grupo histórico de sus discípulos sino abierta a todas las gentes (Mt 28,16-20). La Iglesia es la comunidad y la asamblea de los llamados y convocados por Dios para vivir en su Alianza de amor. Esa comunidad mesiánica trasciende las fronteras nacionales, étnicas, culturales y lingüísticas y constituye el nuevo Pueblo de Dios de carácter universal. De esa Iglesia Pedro es el fundamento sobre el que Jesús erige una comunidad viva que, anclada en la fe petrina, confiesa a Jesús como Mesías e Hijo de Dios vivo y participará de su victoria definitiva sobre el mal y sobre la muerte.

La misión de Pedro y la del Papa

Con la entrega de las llaves del Reino a Pedro se subraya la autoridad recibida por parte de Jesús en el servicio al Reino con la tarea eclesial de atar y desatar, es decir, de interpretar y llevar a cabo el proyecto de Dios sobre la humanidad, revelado en el Evangelio. Esta misión de atar y desatar pertenece también a la Iglesia (Mt 18,18) pero tiene en la figura del apóstol Pedro su primacía. La figura del actual sucesor de “Pedro”, el papa Francisco, está comunicando un mensaje de renovación de la Iglesia y del mundo, y es un motivo de inmensa alegría pues a través de él, de su palabra sabia e iluminadora, sigue consolidándose la fe entusiasta y comprometida de la Iglesia en torno a Jesús, Mesías, el Hijo de Dios. Oremos por el Papa en este día para que siga transmitiendo al mundo el Evangelio de la Alegría.

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura

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