OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. El Señor Resucitado nos da Su Espíritu

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo de Pascua

El nuevo arzobispo de Santa Cruz de la Sierra

Con la gran alegría de la Pascua se ha recibido en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) la noticia del nombramiento de René Leigue Cesari como arzobispo de Santa Cruz. Él era hasta ahora obispo auxiliar de la Diócesis. La Iglesia cruceña prosigue con él su andadura evangelizadora y misionera con un nuevo impulso en la sucesión apostólica. La renuncia del arzobispo Sergio Gualberti, prescriptiva por haber cumplido hace un par de años los setenta y cinco, ha sido aceptada por el Papa Francisco, que lo ha nombrado Administrador Apostólico hasta la toma de posesión de monseñor René. El nuevo arzobispo es natural de esta tierra cruceña, procede de una familia muy humilde y ha desarrollado su fe y su vocación al sacerdocio en el Seminario Mayor San Lorenzo, de Santa Cruz. Se podría decir que es la primera gran fruta madura de la renovación eclesial de la Arquidiócesis, promovida por el cardenal Julio Terrazas (+), el cual revitalizó el Seminario, promoviendo las vocaciones sacerdotales y ha hecho posible que uno de sus sacerdotes diocesanos asuma el pastoreo del rebaño de Dios en esta tierra. Desde aquí vaya nuestro profundo agradecimiento a monseñor Sergio y nuestra más cordial felicitación a monseñor René, acompañada de nuestra oración y apoyo para que su ministerio episcopal al frente de esta Iglesia obtenga los grandes frutos del Espíritu del Resucitado.

La aparición del resucitado en Jerusalén

En estos días de Pascua la liturgia nos ha hecho vivir el gozo y la alegría de ser de Cristo, el que murió y resucitó por nosotros. En el segundo domingo de la Pascua el evangelio de Juan anuncia la presencia de Cristo Resucitado en la vida humana y el mensaje se centra en la doble aparición del resucitado a los discípulos y su repercusión en la vida de los cristianos de todas las épocas. Tanto el sumario de los Hechos de los Apóstoles (Hch 5,12-16) como el texto del Apocalipsis (Ap 1,9-19) revelan las nuevas formas de presencia del Resucitado en el mundo a través de los signos y prodigios de los Apóstoles y del testimonio cristiano en medio de los sufrimientos y tribulaciones del tiempo presente.

El domingo, día del Señor

El relato del Evangelio (Jn 20,14-31) se sitúa en el atardecer del mismo día de la resurrección, convertido para siempre en el primer día de la semana, pues es el primer día de la nueva creación, denominado ya en el Apocalipsis como “día del Señor”: literalmente “el domingo”. Del relato en su conjunto podemos destacar tres elementos teológicos: 1) la presencia de Jesús que muestra la identidad del crucificado y resucitado, 2) la donación del Espíritu del Resucitado a los discípulos para hacerlos partícipes de la misma misión de Jesús, comunicando paz, alegría y perdón, y 3) la gran dicha de la nueva vida por la fe en el Resucitado comunicada por la Iglesia mediante el testimonio y la palabra.

El Señor resucitado es el mismo que el crucificado, pero no es lo mismo

La primera parte (vs. 19-20) narra la sorprendente aparición de Jesús a los discípulos en Jerusalén, estando ellos en un lugar cerrado a causa de un miedo exterior provocado por los judíos. Jesús se hace presente en ese espacio y su presencia comunica paz y alegría. El evangelista Juan, al igual que Lucas, resalta lo que los teólogos llaman la discontinuidad y continuidad del crucificado en el resucitado. La discontinuidad está destacada por la sorpresa de la irrupción en medio de los suyos de un Jesús, viviente, cuyo cuerpo “pneumático”, es decir espiritual, revela su señorío sobre la muerte: ¡Es el Señor! La continuidad está indicada en las referencias a las señales sensibles de las manos y el costado, que, desde el principio del relato, remiten al crucificado. No cabe duda, pues, de que Jesús Resucitado es el mismo, pero ya no es lo mismo. En todo caso esta presencia del Señor provoca una gran alegría en los discípulos.

Recibir el Espíritu Santo del Crucificado

El relato reitera después el saludo de paz de Jesús como introducción a las palabras de envío misionero de los apóstoles en continuidad con la misión de Jesús, como enviado del Padre (vv. 21-23; cf. Mt 16,19; 18,18). En este envío el protagonista es Jesús. Él es el que habla, el que envía, el que sopla y el que comunica Su mismo Espíritu, que es Santo. Y así surge un hombre nuevo, el nuevo Adán, creado en Cristo. La ausencia del artículo en las palabras “Reciban Espíritu Santo” refleja la concentración en el mismo Espíritu del Crucificado y Resucitado. Es el espíritu del Resucitado, revelado ya en su entrega de la vida en la cruz, en su amor hasta el fin, en su perdón total a los seres humanos, es el espíritu del que ha sido glorificado. Y por supuesto que ese Espíritu es verdaderamente Santo. Así pues, el primer don del resucitado es su mismo Espíritu. El primer fruto del Espíritu Santo es la capacidad para perdonar y para hacerlo en nombre de Dios. El perdón de Dios es el gran don del Resucitado a su Iglesia para que ésta lleve a cabo la evangelización en el mundo y sea capaz de generar una cultura de Perdón.

Dichosos los que creen sin haber visto

La tercera parte del relato cuenta de nuevo la aparición de Jesús a los discípulos, con Tomás presente (vv. 24-29). Es la ocasión para que el evangelista repita todos los elementos fundamentales de la primera aparición, orientando la atención hacia la grandeza de la fe, que consiste en la acogida del mensaje de los apóstoles y en la superación de la percepción de los meros sentidos para experimentar la presencia del Resucitado en la Iglesia. Con la fórmula de una bienaventuranza de estilo sapiencial concluye Jesús sus palabras a Tomás: “Dichosos los que creen sin haber visto” y felicita así a los creyentes de toda la historia. Finalmente el evangelista pone un epílogo a toda su obra y proclama el sentido del Evangelio como llamada a la nueva vida desde la fe en Jesús Mesías, Hijo de Dios (30-31).

Al servicio de los más necesitados

En torno a los Apóstoles comienza a formarse la primera comunidad eclesial (Hech 5, 12-16). Los apóstoles hacen presente al Señor entre los humildes, en otros tiempos y lugares. Estar al servicio del más humilde, del más necesitado, se convierte para los primeros creyentes en un signo de la permanencia de la resurrección. Se dan los signos del Reino que se habían dado con Jesús: el poder de la palabra, el favor que el pueblo les dispensa, la fraternidad entre todos los creyentes y en concreto los signos que acompañan la predicación apostólica: las curaciones. En la comunidad se realiza el Reino siguiendo el ejemplo de Jesús. En respuesta a la actividad apostólica, se va congregando una comunidad cada vez más numerosa, hombres y mujeres que se adhieren al Señor. La iglesia nace y crece como respuesta al evangelio, es fundación de Dios en Cristo y en sus enviados. La fuerza de Jesús resucitado sigue viva en la Iglesia en los que creen en él.

Reavivar la esperanza en Cristo

En el texto del Apocalipsis (Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19) Juan, compañero en la tribulación, trata de fortalecer y reavivar las esperanzas de los cristianos perseguidos bajo el gobierno de Domiciano, a finales del siglo primero, y desde esta perspectiva, al pueblo de Dios de todos los tiempos en todas sus tribulaciones. Juan vive desterrado por ser fiel a Jesús y se presenta con la autoridad que esa fidelidad le confiere desde su fe. Juan se dirige a las siete ciudades a cuyas iglesias dirige el escrito. «Las siete Iglesias» constituyen el símbolo de la universalidad del mensaje. El nuevo pueblo de Dios ya no es el que se reúne en el templo de Jerusalén, sino la Iglesia, que tiene en su centro en «una figura humana» (Dn 7,13-14), es decir, Jesucristo, Resucitado, con vestidura sacerdotal, el que vive y participa del poder divino. Así se transmite un mensaje de esperanza y de confianza en Cristo resucitado. Su triunfo sobre la vida y la muerte sigue siendo el gran acontecimiento, que mantiene eficaz la fe y la esperanza de la Iglesia. No solamente está vivo, sino que, al tener las llaves del Infierno, ni los poderes de los que no temen a Dios, ni el dinero, ni el poder, ni la opresión, ni la tortura podrán nunca hacer desaparecer del corazón del cristiano la seguridad de que Cristo es «el que vive’ y en él todo creyente recibe la redención y es llamado a participar de la vida eterna.
¡Feliz Pascua de Resurrección!

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura

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