OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. La Unidad de la Trinidad

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 30 may. 2021

La Santísima Trinidad

La Iglesia celebra hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, dogma fundamental del cristianismo, que proclama la unidad en el amor de las tres personas que son un solo Dios, vivo y verdadero, el Dios cristiano: el Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Dios es amor, comunión íntima y comunicación viva de personas en la Trinidad. Ese amor es el Padre que se ha manifestado en Jesucristo y se nos ha dado con su Espíritu a los seres humanos para llevarnos hasta la verdad plena y hacernos partícipes de su gloria, incluso en medio de las tribulaciones del tiempo presente.

La fuerza del Espíritu

Y ese Espíritu da vida a la comunidad eclesial suscitando una vida de resistencia activa y aguante frente a los envites del mal en todas sus manifestaciones, una vida de mucha más calidad y una esperanza inquebrantable. Este Espíritu no tiene fronteras ni ideológicas ni nacionales sino que en todo lugar inspira la gracia y el coraje para seguir comunicando y enseñando lo que Jesús ha revelado y para poder enfrentarse a las mentalidades o ideologías de los poderes que oprimen, maltratan o desprecian al ser humano y atentan contra su dignidad. En esa misión los creyentes sólo contamos con el arma exclusiva, pero sumamente poderosa, de la palabra.

La misión universal del Resucitado a los Once

En el fragmento final del Evangelio de Mateo (Mt 28,16-20), texto cumbre y clave interpretativa de evangelio, Jesús Resucitado se aparece a los Once discípulos en una montaña de Galilea. El protagonista de la escena es Jesús. Todos los elementos resaltan la aparición del Resucitado como una Cristofanía. Con el esquema de presentación de las Teofanías, o manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento en los relatos de vocación-misión (Éx 3,9-12; Jr 1,5-8), el evangelista Mateo compone una escena de exaltación del Resucitado, que se revela abiertamente como Dios a los Once Discípulos para encomendarles la misión definitiva y universal.

La montaña, lugar de manifestación de Dios

En lo alto de una montaña de Galilea se revela Cristo Resucitado, como en el Sinaí lo hiciera Dios con Moisés para dar las palabras de la Alianza a su Pueblo por medio de Moisés. El evangelio de Mateo había empezado los discursos de Jesús sobre una montaña, con el Sermón de la Montaña, proclamando la soberanía del Reino de Dios como anuncio de dicha y de alegría para los pobres, para los indigentes y para los discípulos. Ahora, aún en medio de las dudas para creer, los discípulos adoran a su Señor, reconociendo así la divinidad de Jesús.

Revelación, misión y promesa

Jesús Resucitado tiene la iniciativa en la actividad misionera y evangelizadora y por eso se dirige a ellos con un triple mensaje que consiste en la revelación de su identidad, en el encargo misionero y en la promesa de su presencia continua.

Jesús Resucitado, el Señor de la historia

La autopresentación de Jesús Resucitado corresponde a una presentación divina, tal como el arte bizantino lo representa en la figura del Pantócrator. Entre el cielo y la tierra, el Resucitado, Señor de la vida y de la historia, abre el camino definitivo de la humanidad hacia Dios. El discipulado adora a Jesús glorioso y escucha sus últimas palabras sobre la tierra, aprende lo esencial de su mensaje y se dispone a anunciar este mensaje a la humanidad.

La misión universal de hacer discípulos

El encargo misional de Jesús consta sólo de un imperativo: “hagan discípulos a todos los pueblos”. El mandato no tiene fronteras, es un envío de carácter universal, que impulsará a los enviados a convertir en discípulos a todas las gentes y pueblos, a todas las etnias y culturas, para hacer una sola familia humana en torno al único Dios y Padre de Jesucristo. Hacer discípulos consiste en dar a conocer a Jesús para hacer que otros lo sigan. Para ello deben aprender el nuevo estilo de vida propuesto por Jesús y estar dispuestos a seguirlo hasta la cruz con todas sus consecuencias. Los otros verbos del encargo están subordinados al de “hacer discípulos”, pues para esto es preciso ir, bautizar y enseñar. La comunidad cristiana no puede quedarse estática contemplando al Resucitado, sino que debe ponerse en marcha.

“Bautizando” y “enseñando”

Los otros dos verbos, en forma no personal, expresan el modo concreto de hacer discípulos: “bautizando” y “enseñando”. Son actividades íntimamente vinculadas. Bautizar es consagrar a las gentes al Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que se incorporen a la vida del amor que tiene en la Trinidad su más radical identidad, porque Dios es Amor. Pero no se trata sólo de bautizar sino también de “enseñar” todo lo dicho por Jesús a lo largo de los cinco discursos del evangelio de Mateo. La enseñanza del nuevo mensaje de Jesús, acerca del Padre, del Espíritu, sobre el Reino de Dios y su justicia, y acerca de la transformación que debe efectuarse en todo auténtico discípulo y discípula, no es secundaria ni relativa, sino condición indispensable para comprender las implicaciones de la pertenencia al discipulado en el seguimiento del Crucificado y Resucitado.

La promesa de una presencia permanente

Finalmente, una palabra que suscita la esperanza, la alegría y el consuelo: Es la promesa de una presencia continua del Resucitado a lo largo de la historia. El Dios con nosotros, Emmanuel, anunciado en Isaías y reconocido en el nacimiento de Jesús, se convierte para los discípulos en la gran fuerza de su misión, como ocurrió en la vocación de Moisés (cf. Ex 3,12). Esta presencia continua está garantizada en tres ámbitos de esta vida histórica, en la Eucaristía, anticipo sacramental del banquete definitivo de Jesús con sus discípulos en el Reino del Padre, en su palabra, presencia permanente y regeneradora del Espíritu del Resucitado en el mundo y, finalmente, pero no en último lugar, en el hermano pobre y necesitado de los caminos de la vida (cf. Mt 25,30ss.). En todos estos ámbitos la presencia de Cristo es portadora de salvación.

La Iglesia, expresión de la Trinidad

Nosotros podemos vivir el amor trinitario cuando comprendamos que Dios Padre está dentro de cada uno de nosotros, por medio de su Hijo Jesús, nuestro Hermano y Señor, y que su Espíritu nos da fuerza para hacer lo que el mismo Jesús hizo: entregarse a los demás. Cuando vivimos la unión con otros la fuerza de Dios se nos activa y la entrega a los demás se hace más posible porque la comunidad -manifestación trinitaria en esta historia- nos ilumina, nos apoya y nos corrige. Por eso la Iglesia es la expresión de la Trinidad, porque es un grupo de personas que al sentirse hermanos y al apoyarse mutuamente facilitan la acción del Dios cristiano, que está en ellos como Padre que ama, como Hijo que se entrega y como Espíritu que da fuerza y vida.

José Cervantes Gabarrón, es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura

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