OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. La alegría en el Espíritu del Resucitado

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 11 abr. 2021

La alegría que transmite el Resucitado

En estas fiestas de Pascua la Iglesia vive la gran alegría por la resurrección de Jesucristo que comunica su Espíritu. El evangelio de Juan en la liturgia dominical anuncia la presencia de Cristo Resucitado en la vida humana que suscita la gran alegría de los discípulos. El mensaje se centra en la doble aparición del resucitado a los discípulos y a Tomás y su repercusión en la vida de los cristianos de todas las épocas (Jn 20,14-31). A ello contribuye la segunda parte del relato que muestra la incredulidad de Tomás y exalta la fe de los creyentes a lo largo de toda la historia. El relato se sitúa en el atardecer del mismo día de la resurrección, el primer día de la semana, el «día del Señor». En este texto se pueden destacar tres elementos teológicos fundamentales: la presencia de Jesús que muestra la identidad del crucificado y resucitado, la donación del Espíritu del Resucitado a los discípulos para hacerlos partícipes de la misma misión de Jesús, comunicando paz, alegría y perdón, y la gran dicha de la nueva vida por la fe en el Resucitado comunicada por la Iglesia mediante el testimonio y la palabra.

El Espíritu del Resucitado

Jesús comunica la paz al mundo como primera palabra de su mensaje pascual. Una paz que nace del Espíritu de amor que le llevó hasta el sacrificio de la cruz y ahora puede cambiar el rumbo de la historia humana. En nuestro mundo hoy la paz y la vida están muy amenazadas y violentadas, desde la violencia imperante en la vida familiar, y la crueldad aniquiladora de vidas humanas reflejada en las legislaciones y prácticas abortistas, hasta la violencia estructural y silenciosa, pero verdaderamente mortífera, que genera, desde la desigualdad y la injusticia, carestías, hambrunas y todas las consecuencias fatales de las grandes crisis  del tiempo presente. En medio de estos miedos del mundo y también de la Iglesia, Jesús resucitado se hace presente en medio de nosotros para reiterarnos su mensaje de paz, que nace del Espíritu de amor que él tiene y que comunica. La paz se construye con Su Espíritu, de sacrificio, de perdón, de entrega, de fidelidad a la verdad, de solidaridad con los últimos, de servicio a todos y de liberación de los pobres y marginados. Ese Espíritu es el que Jesús comunica y colma de alegría a quien lo recibe.

Recibir Espíritu Santo

La resurrección de Cristo es el acontecimiento decisivo de transformación del ser humano en su proceso evolutivo filogenético, pues el Espíritu de Cristo da un nuevo vigor al ser humano que quiera recibirlo. La victoria sobre la muerte y sobre el mal es el comienzo de la nueva creación. Jesús, Señor de la muerte y la vida, sigue dando su aliento de vida, soplando su fuerza de amor e infundiendo su Espíritu divino a la humanidad entera. Juan cuenta la comunicación del Espíritu Santo por parte de Jesús de manera mucho más personal que Lucas en pentecostés, pues Jesus transmite como un nuevo aliento y un nuevo brío: «Reciban Espíritu Santo». La ausencia del artículo determinado ante la palabra «Espíritu» acentúa el carácter cristocéntrico. Lo que reciben los discípulos es el mismo Espíritu de Cristo.

Generador de vida nueva

En el segundo relato de la creación del libro del Génesis (Gn 2, 4-25) se cuenta que el hombre recibió el aliento de Dios y se convirtió en ser vivo. De modo semejante, en la nueva creación el ser humano recibe el aliento de Jesús y se convierte en Hombre Nuevo. Este cambio cualitativo en el hombre es un fenómeno del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que ha convulsionado la tierra entera difundiendo por doquier la potencia de su amor. Este Espíritu se hace presente en la historia de modo singular como palabra generadora de vida nueva. La palabra es soplo, aliento, aire y espíritu articulado, cuya potencia es vital. Pero Jesús lo sigue haciendo desde dentro de la historia, en medio del sufrimiento y de la injusticia de la vida humana, a través de la palabra y del testimonio de los creyentes.

Necesitamos una cultura del Perdón

El primer fruto del Espíritu Santo es la capacidad para perdonar y para hacerlo en nombre de Dios. El perdón de Dios es el gran don del Resucitado a su Iglesia para que ésta lleve a cabo la evangelización en el mundo y para ser en el mundo instrumento de la paz. Al conferir a sus apóstoles el poder de remitir los pecados, el Señor no instituye tan solo el sacramento de penitencia sino que comparte su triunfo sobre el mal y su autoridad sobre el pecado. Actualizando el mensaje podríamos decir que generar una cultura de Perdón, donde se sepa pedir perdón y perdonar, es una gran tarea de la nueva evangelización, especialmente en nuestro contexto de Bolivia, donde la palabra «perdón» apenas forma parte de nuestro lenguaje habitual y cotidiano.

Superar la incredulidad

La falta de fe de Tomás revela dos aspectos que pueden servirnos a nosotros para revisar nuestra propia fe. Tomás no cree en la comunidad de la Iglesia que transmite claramente la fe: «Hemos visto al Señor». Tampoco cree en Jesús hasta que lo ve físicamente con las marcas indiscutibles de su identidad como crucificado. El evangelista repite todos los datos de la primera aparición, y reorientando la atención hacia la grandeza de la fe, que consiste en la acogida del mensaje de los apóstoles y en la superación de la percepción de los meros sentidos para experimentar la presencia del Resucitado en la Iglesia. Con la fórmula de un macarismo de estilo sapiencial concluye Jesús sus palabras a Tomás: «Dichosos los que creen sin haber visto» y felicita así a los creyentes de toda la historia. Creer en Jesús requiere la mediación de la palabra y el testimonio de la Iglesia y reconocer en el Crucificado la Vida Nueva comunicada por Dios al mundo, mediante la resurrección de su Hijo, el Mesías.

La alegría del amor en el Resucitado

Las señales corporales de Jesús, las huellas de su crucifixión en las manos y el costado muestran la continuidad entre el Jesús de la historia y el resucitado. Sin embargo el resucitado marca una ruptura con la historia ya que la novedad de vida que él tiene y que comunica a los humanos ya no está sometida a la muerte y es eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de amor y de entrega que vivió Jesús en su vida mortal, su mensaje de verdad y de justicia, de perdón y de paz no podía quedar retenido en la tumba de la muerte. Hay que destacar la alegría inmensa que colma de dicha a los discípulos cuando ven al Señor, contemplando las marcas de la Pasión y de su amor en su cuerpo ya resucitado. Y además esta alegría se transforma en dicha permanente en todos aquellos que creen sin haber visto. Es la alegría que Pedro en su Primera carta describe como radiante, espléndida e inefable (1 Pe 1, 6-9).  A ella estamos llamados todos nosotros.

Una vida en la alegría

Por eso Dios Padre lo resucitó de entre los muertos y a través de él sigue generando y comunicando la nueva vida en la alegría, en la paz y en la fraternidad entre los hombres. Son grandes dones del resucitado a través de su Espíritu que desde el principio de la Iglesia va suscitando comunidades cristianas vivas caracterizadas por la comunión fraterna, la escucha del mensaje apostólico, la celebración eucarística, la oración y la solidaridad en el compartir los bienes (Hech 2,42-47). Con el Espíritu del Crucificado y Resucitado los Apóstoles y los hermanos daban testimonio de la alegría del Señor Jesús, realizando signos y prodigios y generando ese nuevo estilo de vida que sirve como patrón de referencia de la Iglesia de todos los tiempos: la comunión de bienes, las relaciones de gratuidad y de servicio, la vida agradecida, el espíritu permanente de perdón, la atención solícita a las necesidades de los otros, especialmente de los pobres, la acción de gracias a Dios y la Eucaristía. Este estilo de vida es eminentemente misionero y comunica tanta vida y alegría que muchos otros se adherían a la fe y se incorporaban a la Iglesia. Hagamos también lo mismo nosotros. ¡Feliz Pascua de Resurrección! 

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura

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