OPINIONPRIMERA PLANA

Verde desierto. Vietnistán

Por MARIO CRESPO
Martes, 17 ago. 2021

La historia es tozuda y aunque no se repite opera con la misma lógica una y otra vez. En 1975 Estados Unidos arriaba su bandera de Saigón y evacuaba a sus civiles y soldados con el rabo entre las piernas. Casi sesenta mil soldados estadounidenses dejaron el alma en aquellas selvas a las que nadie les había llamado. Pero fue después de dejar un reguero de entre 3,8 y 5,7 millones de vietnamitas, laosianos y camboyanos muertos. Muerte, destrucción, aniquilación, envenenamiento de la tierra y las aguas, destrucción masiva… y se fueron. No lograron sostener a un gobierno local corroído por los mismos vicios lógicos que los gobiernos afganos de los últimos veinte años.
Estados Unidos continúa aplicando una máxima llamada al fracaso: apoyar siempre a los que considera sus aliados. Da igual que sean el demonio. Son nuestros aliados, aunque no sean de los nuestros. Estos ‘aliados’ se hicieron con los sucesivos gobiernos de Afganistán y todos sus resortes: la venta de suministros al ejército, las generosas nóminas a los empleados públicos y la recepción de las ayudas económicas. Una pléyade de corruptos construyó una imagen fantasma de un gobierno imposible, un no estado en un no país con apariencia poco creíble de democracia occidental. Y Estados Unidos no solo lo sabía sino que era cómplice de todo ello. Pero son de los nuestros ¿de quién nos vamos a fiar si no? Los propios talibanes fueron, cuando convenía, aliados de Estados Unidos en la guerra por la expulsión de otros invasores, los soviéticos. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos.
Las cifras de miembros del ejército regular afgano estaban infladas para cobrar más nóminas, los contratos de venta estaban sobrevalorados, los suministros para los militares afganos que combatían a los talábamos eran interceptados por los mandos que los revendían o sencillamente no existían. Y los políticos y mandos militares se repartían el botín con la connivencia del invasor-benefactor. ¿Así es como querían construir las bases de un país del que se pudieran marchar con la confianza de que saldría adelante?
Afganistán no tiene petróleo, su invasión era una simple operación de marketing político. Ya está amortizado. Y dejan un país en el que ni siquiera los afganos quieren vivir. Más bien en el que a los propios afganos, y sobre todo afganas, les da miedo vivir.
Tal vez esta fiebre descolonizadora del nuevo presidente lleve a los estadounidenses a abandonar Guatánamo. Miau!

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