OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. “El que se humilla será enaltecido”

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 26 oct. 2025

El Dios justo atiende los gritos del pobre

De la oración de los pobres se ocupa el texto del Eclesiástico revelando que las súplicas de los oprimidos y los gritos de los pobres alcanzan a Dios, el cual no desoye los gritos del huérfano ni de la viuda, y así seguirá mostrando su justicia, actuando a favor del pobre que suplica y compadeciéndose del humilde e indigente. Esta lectura proclama que Dios es justo, pero su justicia no es imparcialidad contra el pobre, sino misericordia con las personas en cualquier estado de pobreza y de dolor. De esta manera desvela y revela una nueva justicia, la divina,  que, por amor a los sufren, se convierte en salvación para los oprimidos, huérfanos, viudas y forasteros, paradigmas de los pobres en el Antiguo Testamento.

El Señor me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje

Ante nosotros está la conmovedora figura de un testigo de Jesucristo crucificado y resucitado, el apóstol san Pablo, un hombre entregado, desde su conversión, a la causa del Evangelio y de la Evangelización. Aunque la carta haya sido escrita, al parecer, por algún discípulo de Pablo y después de su muerte, sin embargo, este fragmento contiene el auténtico testamento paulino y revela la fuerza espiritual vivida por el apóstol, el cual, en medio de las tribulaciones, soledades, abandonos y condenas injustas, experimentó la misericordia y la ayuda permanente del Señor, justo juez. Pablo da testimonio de que su fidelidad a la predicación del Evangelio recibido se debe a la gracia de Dios, que le ayudó en todo momento y lo libró de todo mal para anunciar fielmente el mensaje de la salvación en Cristo, también a los gentiles. Este testamento de Pablo puede ser para nosotros el mejor estímulo para nuestra misión evangelizadora.

Ante Dios no valen las apariencias

La sentencia final de la lectura del Evangelio, “Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”, aparece otras dos veces en los evangelios (Lc 14,11; Mt 23,12) y, con una variante aplicada a los niños, en Mt 18,4. La frase se ha convertido en proverbio gracias a su perfecta composición literaria, pues se trata de un paralelismo antitético en forma quiástica, cuyo centro de atención lo ocupan los humildes. Ante Dios y ante los demás no valen las apariencias, ni las comparaciones con los otros, sino la más profunda verdad de cada uno. La humildad es caminar en la verdad, decía la santa de Ávila.

El que se humilla

La expresión “el que se humilla” puede hacer referencia a tres realidades diferentes: 1)  al estado de humillación y explotación en que se encuentran muchas personas, 2) a la virtud de la humildad en cuanto comportamiento adecuado a la voluntad de Dios en la vida religiosa y social, 3) a la humildad necesaria ante Dios para expresar el arrepentimiento responsable por  los males perpetrados y los pecados cometidos. Tanto los unos como los otros son escuchados por Dios en la oración para ser rehabilitados por él, que es un Dios justo y en su justicia no es parcial contra el pobre ni contra el humilde.

“La Iglesia de los pobres”

El papa Leon XIV, en su recientísima Exhortación Apostólica “Dilexi Te” (DT), dedicada a los pobres nos ha recordado cómo San Juan XXIII, a un mes de la apertura del Concilio Vaticano II, centró la atención sobre el mismo con palabras inolvidables: «La Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres» (DT 84). La Iglesia, desde entonces, ha tomado especial conciencia de su identidad misionera para comunicar al mundo entero que el Dios de la salvación y de la justicia es el Dios que se enfrenta a los malhechores, que está cerca de los atribulados y salva a los abatidos (Sal 33) y que en Jesús de Nazaret nos ha demostrado su prioridad indiscutible por los pobres y humildes de nuestra tierra.

Los humildes y humillados

Por eso los últimos de nuestra sociedad, los humildes y los humillados, los que se abajan y los abajados, los pobres y los que optan por los pobres por amor a ellos,  pueden encontrar en Jesucristo, consuelo y esperanza. Jesús, humilde y humillado hasta la cruz, hizo visible en la historia la cercanía amorosa y misericordiosa de Dios hacia los pobres.

El fariseo y el publicano

Por su parte, la parábola evangélica del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14) trata la cuestión la oración y de la relación con Dios, con la cual se ilustra de modo formidable el aforismo final, de modo que antes de llegar a la conclusión ya se percibe el mensaje de Jesús: el que se humilla será enaltecido. Ante Dios y ante los demás no valen las apariencias, ni las comparaciones con los otros, sino la más profunda verdad de cada uno.

El publicano pide perdón

Y ahí es precisamente donde el publicano, a pesar de su mala conducta, como estafador, corrupto o ladrón, se encuentra personalmente con su propia verdad y pidiendo misericordia y perdón. Por eso, su oración le valió la rehabilitación de parte de Dios y también su oración fue escuchada en virtud de su humildad. Esta lección es válida para todos, pues ante Dios hasta el más rico sigue siendo una criatura necesitada de Dios y de su salvación.

Humildad para arrepentirse y pedir perdón

El paso necesario que debe dar todo ser humano para ser escuchado por Dios es el de la humildad. El publicano era una persona pública, que se enriquecía aprovechándose del dinero de los demás, en un sistema económico y político que se lo permitía. Su redención empieza al tomar conciencia ante Dios de su miseria moral y de su conducta injusta y corrupta. Ahí empieza su salvación, y el elogio de su conducta no es por lo que había hecho antes, sino por lo que a partir de este momento nuevo ha empezado a hacer: tomar conciencia de su mal y pedir perdón.

La salvación es para todos

Predicar este Evangelio es dar la posibilidad a todos de encontrar el camino de la  salvación. Esta es también la gran tarea misionera de la Iglesia. El domingo anterior, al celebrar el día del Domund, recordamos la ingente tarea de los misioneros en los países más pobres del plantea. Sin embargo, también es misión de la Iglesia ayudar a que los enriquecidos tomen conciencia de su miseria moral y pidan perdón, como el publicano del Evangelio, y entonces empezará para ellos el verdadero camino de la redención que los conducirá a ser coherentes con la justicia de Dios, que escucha siempre a los pobres, a los oprimidos, a los humillados y a los humildes.

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura. Director de Oikía, Casa de Acogida a Niños de la Calle y director del Instituto de Estudios Teológicos del Seminario Mayor de San Lorenzo, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.

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