Reflexión dominical. El paladín del amor y la excelencia del matrimonio
Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 6 oct. 2024
Excelencia divina del amor matrimonial
El evangelio de Marcos sitúa en el contexto de la enseñanza de Jesús sobre el Reino de Dios las cuestiones del divorcio y del adulterio para confirmar la excelencia divina de la unión del hombre y de la mujer en la vida matrimonial. Después pone a los niños como prototipos en el ámbito del Reino, pues ellos son los que acogen el Reinado de Dios por estar con Jesús, el hermano de todos los hombres, a quien hemos de mirar en su Pasión para entrar en la santidad de Dios.
El fundamento bíblico del único matrimonio, el del hombre y la mujer
La concepción bíblica del matrimonio parte de los textos de este domingo (Gn 2,18- 24 y Mc 10,2-16). En la Iglesia el matrimonio se considera como la “íntima comunidad de vida y de amor conyugal” (Gaudium et Spes, 48), cuyo fundamento bíblico es la afirmación de Jesús en Mc 10,6-8: “al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne.” Este texto evangélico combina citas del Antiguo Testamento (Gn 1,27 y Gn 2,24) que forman parte de los dos diferentes relatos míticos de la creación.
Hombre y mujer, a imagen y semejanza de Dios
El primero, de la tradición sacerdotal (s. VI. a.C), habla de un nivel biológico en un contexto de procreación, donde el ser humano, hombre y mujer, creado a imagen y semejanza de Dios, constituye el culmen de todo lo creado. Según la interpretación de Jesús Dios crea en la pareja humana, formada por el hombre y la mujer, una diferencia biológica, no a uno primero y a la otra después, sino a los dos, como imagen y semejanza de Dios, con la dignidad propia de toda persona y la igualdad en la diferencia y en la singularidad del ser hombre y del ser mujer, porque ambos pertenecen a la misma especie humana y son criaturas de Dios. Por si alguien no lo sabe todavía, conviene recordar que, según la ciencia, cada persona, por su identidad genética, es hombre o mujer en todas y cada una de las células del cuerpo, y esa realidad es un don, que viene dado, y no responde ni al deseo ni a la voluntad de ningún ser humano, que como derecho quisiera reivindicarlo.
Hombre y mujer, con autonomía y libertad, en el amor conyugal
El segundo relato de la creación, cuya formación se remonta a la tradición yahvista (s. X. a.C.) del origen del Pentateuco, subraya el carácter divino de la creación en un contexto de institución matrimonial, donde hombre y mujer, con autonomía y libertad, constituyen una realidad humana nueva en virtud de su amor conyugal. Esta realidad de cada uno de los miembros de la pareja humana, hombre y mujer, es obra directa y singular de Dios, que los ha creado en condiciones de igualdad y dignidad, tal como resaltan los distintos aspectos literarios de la narración, especialmente la concentración en la creación de la pareja humana, exquisitamente cuidada desde el principio hasta el final.
Igualdad en la diferencia y en la complementariedad recíproca
Esta igualdad se refleja, sobre todo, en la semejanza existente en la lengua hebrea entre los nombres otorgados al “hombre” y a la “mujer”, y por ser aquella una lengua que se escribe sólo con consonantes sería equiparable a la correspondencia que en la lengua española puede haber entre “HoMBRe” y “HeMBRa”. Además, la aparición del lenguaje en el ser humano, según la verdad del lenguaje mítico de la Biblia, acontece por primera vez sólo cuando esa pareja heterosexual se reconoce mutuamente en su igualdad y en su dignidad, en su alteridad, en su diferencia y en su mutua complementariedad.
Notas esenciales del matrimonio cristiano
En el Evangelio de este domingo, Jesús se remite a ese orden primigenio de la creación en el plan de Dios, y no a la ley de Moisés, permisiva con el divorcio en virtud de la obstinación y terquedad del pueblo de Israel. Jesús recupera así el ideal y los máximos éticos para la vida matrimonial. Además, ante la cuestión del divorcio Jesús responde con el valor de la indisolubilidad del matrimonio, sosteniendo la fidelidad al proyecto de Dios, defendiendo a la mujer desamparada ante la frecuente arbitrariedad del marido que la podía despedir por cualquier motivo y podía abandonarla y dejarla en condiciones muy precarias de vida. En estos versículos bíblicos (Gn 2,24; Mc 10,7-8) se indica la orientación básica del matrimonio y están presentes las notas esenciales del matrimonio: autonomía, integración de la sexualidad en la vida personal, la comunión en la entrega amorosa y recíproca del hombre y de la mujer y la fidelidad mutua entre ambos.
El Reino de Dios es de los niños
Al final del evangelio de hoy Jesús habla de la entrada en el Reino de Dios y proclama que el Reino pertenece a los niños. Para entrar en el Reino hay que ser como niños. De ellos, dice Jesús, y de los que son como ellos es el Reino de Dios. Entre las características propias de los niños podemos fijarnos en su pequeñez, su fragilidad, su dependencia de los adultos, su inocencia y su alegría. Todos estos elementos hacen de los niños, en cuanto tales, personas confiadas en los adultos, acogedoras de todo lo que se les da y sencillos en la relación con los demás. Pero, de todo ello, Jesús destaca en este dicho su capacidad de acogida, es decir, la virtud de su receptividad confiada, de modo que, para entrar en el Reino Dios, lo primero que hace falta es acoger el Reino.
Para entrar en el Reino hay que acoger a Jesús
Por tanto, para entrar en el Reino de Dios, hace falta sobre todo la actitud de la acogida, propia de los niños. El Reino de Dios es una expresión metafórica, cargada de fuerza y de sentido para la vida humana. Es la metáfora escogida por Jesús para evocar, describir e imaginar la relación nueva que el Dios del amor quiere establecer y establece con los seres humanos. Es el amor de Dios que quiere reinar en cada persona para llevarlo a la salvación. Ese amor fue anunciado como algo cercano en las obras y palabras de Jesús, pero ha llegado ya y se ha realizado con potencia en la muerte y resurrección de Jesús. Por eso Jesús, crucificado y resucitado, es el Reino y el Reinado de Dios en persona.
El Reino de Dios se ha consumado en la Pasión de Jesús
El Reino de Dios no lo inventamos nosotros ni lo construimos, sino que nos es dado como un don y una gracia, que como niños podemos acoger. El reinado de Dios ha sido consumado hasta la perfección por la obra maravillosa de su amor, no ya como metáfora sino como realidad histórica, visible y palpable en aquel a quien miramos, en Jesús, el que vivió su pasión hasta la muerte en la cruz y, como pionero de la salvación, entregó su vida para conducirnos a Dios.
Él es pionero y paladín de la fe
La carta a los Hebreos, que también hoy leemos (Heb 2,9-11), proclama que Jesús en la cruz es el pionero (arjegos, cf. Heb2,10) y consumador de la fe en el misterio de la cruz, el único pódium de Jesús. Quiero utilizar aquí la palabra paladín, refiriéndome a Jesús, en el doble sentido que este término tiene en castellano, a saber, como persona que se distingue por sus hazañas en cualquier tipo de lucha, y como persona que defiende esforzadamente una causa noble. Jesús es hermano de todos los seres humanos y, a diferencia de todos ellos y de los profetas, Él sí alcanzó la realización de las promesas de Dios y la alegría que éstas llevan consigo. Y lo consiguió en virtud de su pasión hasta la cruz, revelando así el grado de fidelidad a Dios que una vida profética conlleva. Por eso, es el paladín de la fe, es decir, el Señor fuerte, valeroso, entregado libre y voluntariamente en defensa de sus hermanos, en la lucha contra el mal, contra el pecado y contra la muerte, hasta realizar la hazaña de la cruz, mediante la cual alcanza la gloria de sentarse junto a Dios y la de llevar hasta Dios a todos y cada uno de sus hermanos, los hombres, dándoles con su Espíritu una nueva vida que es eterna.
Jesús realiza la transformación definitiva del corazón humano
La acción transformadora, cuyo verbo griego, riquísimo en contenido teológico (teleiósai, cf. Heb 2,10), de sentido sacerdotal por excelencia, es la acción que perfecciona, consuma y consagra en el amor la vida de Cristo, queda reflejada en su vida de fe y de fidelidad a Dios y permite al autor de la carta a los Hebreos darle a Cristo un título único y novedoso, el teleiotes (cf. Heb 6,1), el realizador perfecto de la transformación humana (en griego: teleiosis) por medio de la cruz. Así Jesús, en quien tenemos puesta la mirada, es el que, por medio de su pasión hasta soportar la cruz por amor solidario a sus hermanos, ha logrado la transformación de la naturaleza humana, la perfección de la ofrenda agradable a Dios, la consumación de su obra redentora y la consagración sacerdotal mediadora de una Nueva y definitiva Alianza entre Dios y los hombres.
El Espíritu nos capacita para vivir la Nueva Alianza
Con esta Alianza los humanos quedamos capacitados ya por la acción del Espíritu y mediante la fe para vivir sin pecar y para luchar contra el pecado con una constancia como la de Jesús. Por eso hay que centrar la mirada en Jesús, paladín de la fe y de la fidelidad para todos los creyentes. El aguante activo de Jesús en su pasión hasta su muerte y su resurrección lo acreditan como pionero de la salvación para todos los que creen en él. Es preciso acoger el Reino de Dios acogiendo a su paladín, y así, poder entrar en él. Y acoger es algo más que recibir. Acoger es apreciar lo que se recibe, valorarlo como un tesoro, disfrutarlo como un regalo y entusiasmarse con su encanto. Eso es lo que hay que hacer con el Reino de Dios, que se nos ha dado en la persona de Jesús.
José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero marciano y profesor de Sagrada Escritura