OPINIONPRIMERA PLANA

Reflexión dominical. El valor de ‘servir’ requiere valor

Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 22 sep. 2024

Para servir a Dios y a usted

Cuando era niño y antes de ir a la escuela mis padres me enseñaron la respuesta que tenía que dar a todo adulto que me preguntara mi nombre. El nombre y los apellidos, en primer lugar, después debía añadir: “para servir a Dios y a usted”. Esta formalidad en la educación social, reforzada en la escuela por mis dos espléndidos maestros, D. Juan y D. Miguel, reflejaba el espíritu cristiano de mi familia y de mi entorno que, en forma de creencia orteguiana, expresaba, además de la identidad personal, el sentido profundo de la vida que no es otro que el verdadero servicio en el amor. Este gran valor, el servicio, núcleo fundamental del cristianismo, anidaba y quedaba arraigado en el lenguaje ordinario que todos aprendíamos, haciendo del mismo algo extraordinario, pues, sin saber bien todo su significado, lograba orientar ya nuestra percepción de la vida como un auténtico servicio. Más tarde aprenderíamos también que servir a Dios y a los demás es todo lo contrario a servirse de ellos.

Valor para ser servidor de todos

En el evangelio de hoy, con la expresión, “servidor de todos”, única en el Nuevo Testamento (Mc 9,35), Jesús da la clave de la jerarquía de valores en el dinamismo del Reinado de Dios y el criterio del escalafón en la vida del discipulado y de la comunidad cristiana. Después del segundo anuncio de la Pasión en el evangelio de Marcos (Mc 9, 29-36) Jesús sigue instruyendo a los doce para que comprendan el sentido de su paradójica e incomprensible misión. Y su enseñanza sigue sorprendiéndonos también a nosotros, pues ¿qué lógica humana es capaz de asumir que “quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos”? El servicio como valor requiere mucho valor para servir.

El corazón del Evangelio

Éste es el corazón del mensaje evangélico de este domingo, pues es la aportación específica de Marcos en esta escena de Jesús con sus discípulos. Frente a las aspiraciones de grandezas, manifestadas por los doce como expresión de los anhelos más profundos del ser humano, el mensaje de Jesús sobre el servicio sigue provocando incomprensión y temor. Las dos partes de este evangelio van íntimamente unidas: en la primera aparece en forma de anuncio la proclamación esencial del mensaje cristiano, las palabras relativas a la entrega de Jesús, a su muerte y resurrección, en la segunda, la aplicación concreta de ese mismo misterio a la vida de los discípulos.

La identidad y destino del discípulo de Jesús

La identidad y el destino del discípulo son idénticos a los de Jesús. El cambio de mentalidad que debe efectuarse en los discípulos debe nacer de la comprensión de la identidad y de la misión de Jesús, y para ello tienen que hacer un gran esfuerzo. Los seguidores de Jesús han de cambiar su mundo de valores por la propuesta de Jesús, que no es otra que la de poner en el centro de la vida a los últimos de la sociedad y, desde ahí, estar dispuesto a ser el último de todos desarrollando una vocación eminente de servicio fiel y desinteresado a los demás, sin excluir nunca a nadie. Ésta es la misión de todos los miembros de la Iglesia y particularmente de los discípulos en el seguimiento radical.

Los últimos de esta tierra

El mundo fraterno, propio del Reino de Dios, según el Evangelio de Jesús, comienza a realizarse, sobre todo, desde abajo, desde el submundo de los últimos y excluidos, pero también desde todas aquellas personas que, por amor a los últimos y a favor de ellos, cada día concentran su atención y su vida en los pobres de la tierra hasta llegar a vivir y hacerse pobres como ellos, movidos por la solidaridad progresiva y liberadora que emana del encuentro con el Señor Jesús. Los discípulos más próximos a Jesús, con él y como él, están llamados a renunciar a la posesión de bienes y a las relaciones familiares más legítimas, la renuncia a padres, hermanos, mujer e hijos, por la causa del Reino y por el Evangelio. De este modo también ellos pasaban a ser los “últimos” de esta tierra.

La fraternidad como alternativa

La llamada de Jesús es a vivir con toda libertad una vida de servicio a los últimos, a los pobres y marginados del mundo. Así comenzaba una nueva fraternidad humana regulada por vínculos horizontales de igualdad y de amor frente a las relaciones verticales de dominación, ambición y de poder. La generación de este estilo de nuevas relaciones de fraternidad constituía una alternativa evidente al sistema de valores tradicionales de la vida social. Para ello Jesús hizo, desde el primer momento, una llamada apremiante a sus discípulos más próximos y los invitó a vivir una radicalidad profética como la suya, desde la automarginalidad social inherente a su actividad itinerante, el desprendimiento de los bienes, su mensaje profético y el celibato como forma de vida.

Los últimos son los pobres y los discípulos

A los pobres y a los discípulos, a los “últimos” del sistema de valores de este mundo, Jesús los hizo “primeros” en el origen de su nueva humanidad. Poner a los últimos de esta tierra en el primer plano de la atención es el comienzo de una nueva realidad para todos, pues cuando los últimos tengan reconocidos sus derechos y atendidas sus necesidades fundamentales, entonces los tendrán todos. Y ése es, sin duda, el principio de otro mundo posible. Comprender este mensaje es entrar en la auténtica sabiduría y tener la capacidad para ser mensajeros en el mundo de los nuevos criterios del Evangelio.

Contra la envidia y la ambición

En la carta de Santiago (Sant 3,16-4,3), la fe, la religión y la sabiduría cristianas necesitan una verificación o una demostración en la vida concreta. La relación directa con las buenas obras es el baremo principal para la valoración de la vida y de la fe. De nuevo se desenmascara una realidad profunda. La presunción, la arrogancia y la falsedad (Sant 3, 14) pretenden ocultar a través de palabras aparentemente sabias, las envidias y ambiciones que anidan en el corazón y que sólo generan malas acciones.

Antagonismo entre la ambición y la humildad

Cuando analizamos un poco las crisis mundiales actuales y vamos hasta el fondo, casi siempre aparecen la ambición y la codicia de unos pocos como factor determinante de la situación crítica de la inmensa mayoría. El antagonismo entre la ambición y la humildad es otro aspecto del tema de la doble vida en la carta de Santiago. La ambición de poder, de dinero y de supremacía individual o ideológica de la mayoría de los dirigentes se ha antepuesto al espíritu de servicio a los últimos, a los necesitados y a los pobres, que debería caracterizar la función de los que ejercen cualquier tipo de autoridad. La constatación de luchas y conflictos, tanto en la sociedad como en el interior de la comunidad cristiana, hace preguntarse al autor de la carta jacobea cuál es su origen. El origen verdadero son las pasiones (Sant 4, l.4). Santiago muestra la incompatibilidad entre la amistad con el mundo y con Dios (Sant 4,4), equiparable al dicho evangélico sobre la imposibilidad de servir a dos amos (Mt 6,4).

Servir a todos y desenmascarar las pasiones

Por tanto, “ser servidor de todos” significa que los cristianos hemos de servir a todos sin excluir nunca a nadie, pero al mismo tiempo, supone desenmascarar la búsqueda de la satisfacción de las pasiones que generan tensiones sociales, hostilidades, luchas, violencia, todo tipo de abusos, la eliminación del otro, el descarte de los últimos, la falta de respeto a los valores humanos de la vida, la libertad y de la dignidad de toda persona, la conculcación de los derechos sociales, propios de una sociedad democrática, como son el respeto a los diferentes, la solidaridad con los pobres, el derecho a una justicia independiente del poder ejecutivo y la libertad de expresión en todos los ámbitos.

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura

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