Reflexión dominical. La donación de Jesús como pan de vida
Por JOSÉ CERVANTES
Domingo, 4 ago. 2024
Felicidades al tenista Carlos Alcaraz
Quiero empezar felicitando al joven tenista murciano Carlos Alcaraz por todos sus éxitos deportivos y por su trayectoria en los juegos olímpicos de París 2024, que lo acreditan ya como paladín de este deporte a nivel mundial. Pero quiero felicitarlo también porque, fiel a su disciplina deportiva, la necesidad se hizo virtud, y no pudo participar en la ceremonia de inauguración de los Juegos, cuyo esplendor y belleza artística habrían sido indiscutibles si no hubieran sido ensombrecidos por el espectáculo bochornoso e irrespetuoso de la parodia irrisoria y burlona de la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Al no estar presente, Carlos Alcaraz se libró de formar parte activa de ese repugnante espectáculo. Al decir esto no se quiere hacer responsable de tamaña vergüenza a todos los participantes en la ceremonia, sino solo a los protagonistas intelectuales de la parodia y a la organización de los juegos que la permitió.
La última cena de Jesús con sus discípulos
Esta escena evangélica de la Cena de Jesús con sus discípulos ha sido reproducida maravillosamente en la historia y con muy diferentes estilos de arte (recordemos por ej. a Leonardo da Vinci, S. Dalí, F. Salzillo), y evoca el signo más sagrado de los católicos, que se revive en el sacramento de la Eucaristía. La cacareada liberté que enarbola el mundo vanguardista francés debería reconocer sus límites, cuando estos destrozan la égalité y la fraternité con los otros, con los diferentes y, en este caso, con los que somos cristianos católicos… Pero nosotros seguiremos proclamando la verdad y rezando “por los que no saben lo que hacen” en la autodenominada “progresista”, pero vieja y decadente, Europa. Y ahora nos adentraremos en la grandeza del misterio eucarístico que ofrece a Jesús como verdadero pan de vida para todos los hombres.
El reparto del pan
El relato del reparto del pan entre la multitud según el cuarto evangelio (Jn 6,1-15) escuchado el pasado domingo en nuestra Iglesia es el fundamento del mensaje que se va a ir profundizando en los próximos domingos. La importancia del mismo en la comunidad cristiana primitiva queda de manifiesto al ser una narración atestiguada también en los evangelios sinópticos (Lc 9,12-17), incluso por duplicado en Mateo y Marcos (Mt 14,15-21; 15,32-39; Mc 6,35-44; 8,1-10).
Dimensión eucarística del reparto del pan
En todas esas versiones merece la pena destacar, independientemente de su valor histórico, la dimensión eucarística del gesto realizado por Jesús con los panes disponibles. Ese gesto consistió en tomar el pan, dar gracias, partirlo y repartirlo entre todos los presentes, de suerte que la multitud quedó tan saciada que incluso sobraron pedazos partidos en abundancia. La acción de Jesús no fue multiplicar sino dividir.
El reparto del pan en cuanto señal
Jesús no resolvió el problema de la muchedumbre hambrienta por medio de la magia ni por sí solo, sino implicando a los discípulos en una acción, tan humana y posible, como partir y repartir el pan disponible, y tan digna de admiración en sus resultados, como que con él empieza la nueva humanidad. Ése es el gesto prodigioso de Jesús, valorado especialmente por Juan como “señal”. Una señal para sus coetáneos y para la misión de la iglesia en nuestro mundo actual.
La esperanza de salvación
Ante las tremendas cifras de la pobreza en nuestro planeta a causa de la injusticia y de la desigualdad en el reparto de los recursos y bienes de la tierra, ante las agobiantes y permanentes crisis políticas de nuestros países y la constitutiva crisis económica que sumerge progresivamente a una inmensa mayoría de la población del mundo en un estado deprimente y en una espiral de desesperanza, esa “señal” del evangelio se convierte en una especie de parábola sumamente elocuente para desvelar la mentira de esta sociedad injusta, revelar la verdad de Jesucristo y abrir a la humanidad a la esperanza de una vía de salvación. La normalidad de los gestos constituidos en señal convierte el relato en un paradigma de lo inédito viable, y por tanto en un “milagro” a nuestro alcance, cuya verdad ha de proclamar la Iglesia como anuncio específico del Evangelio en su tarea misionera. Por tratarse de una señal es preciso buscar su profundo significado.
Es el pan de vida que el Señor da a su pueblo
La Iglesia se remonta al libro del Éxodo para escudriñar la profundidad del milagro. En Ex 16,2-4.12-15 se nos cuenta que el Señor no abandona a su pueblo en su camino hacia la tierra prometida, pero todo camino hacia la libertad tiene dificultades y sufrimiento. El recorrido por el desierto era una prueba para comprobar la inmadurez del pueblo, que protestaba quejándose contra Dios, su liberador. La escasez de alimento suscitó una reacción blasfema contra Dios hasta interpretar la liberación en el sentido contrario, como un éxodo hacia la muerte. Sin embargo, Dios permanece fiel a su amor y proporciona alimento a su pueblo en medio del desierto para demostrar que la liberación es para la vida, no para la muerte. Dios da maná y codornices para que los liberados tengan vida y se convenzan de que Él es el Señor, su Dios. Son dones de Dios, para que tengan lo necesario, pero enseñándoles que no les hace falta nada más.
Iluminador discurso del pan de vida
En el evangelio de Juan, el discurso del pan de vida que prosigue al milagro ayuda a comprenderlo. Su comienzo (Jn 6,24-35) nos revela que el pan es la señal de la hora de la entrega de la vida y su sentido eucarístico es evidente. Jesús mismo es el verdadero pan partido en la cruz, cuyo sacrificio como víctima de la injusticia humana en la entrega de su vida por amor, da al mundo la vida definitiva y eterna. Con el pan entregado y repartido va la fuerza del Espíritu de Jesús para toda persona que vea la señal y crea en él.
El pan partido como señal de entrega a los demás
Comer este pan vivo implica recibir el don del Espíritu que permite vivir plenamente la Vida y, al mismo tiempo, entrar en el dinamismo de la entrega de la vida como un pan que se parte y se reparte, especialmente entre los pobres y marginados de nuestro mundo. Esta nueva mentalidad es la señal que hemos de percibir en el signo de la fracción del pan y la obra que realmente Dios quiere que hagamos en la misión permanente de nuestra Iglesia.
Jesús es el verdadero pan del cielo
El evangelista Juan contrapone el maná del libro del Éxodo al verdadero pan del cielo. Éste es Jesús y quien lo come tiene una vida eterna, es decir, una vida que trasciende la muerte humana y una nueva calidad de vida humana, caracterizada por estar vinculado a su espíritu. Jesús se presenta en el pan eucarístico como aquél que es capaz de saciar todo tipo de hambre y de sed, entiéndase, todos los anhelos de la vida humana. Por eso, tener fe en él consiste en ir junto a él en el mismo dinamismo de entrega de la vida que él enseña a través de esta señal prodigiosa del reparto de pan entre la multitud.
Gratitud y gratuidad en la donación
En la tarea misionera es urgente saber y poder mostrar a Jesucristo como pan de la vida, de una vida nueva y distinta. La vida que Jesús alimenta es la que da la plenitud a los seres humanos, una vida en la gratuidad que entiende la vida como don de parte de Dios, que por amor nos ha creado. A esa gratuidad se corresponde con la generosidad de la donación a los demás. Se trata también de una vida que reconoce la presencia permanente de la paternidad de Dios, con la consiguiente experiencia del amor fuerte que protege y sustenta, y de la autoridad que infunde seguridad y fortaleza en sus hijos.
El Espíritu del perdón
Asimismo, es una vida impulsada por el Espíritu de perdón de Dios y que capacita para perdonar a los otros. Por tanto, la Eucaristía como celebración de Jesús, auténtico pan de nueva vida, alimenta en nosotros la nueva mentalidad de los hijos de Dios que tiene como nuevos valores de la existencia humana el reconocimiento y valoración del Otro y de los otros, y las grandes vivencias que de ello se derivan, a saber, la gratuidad, la paternidad de Dios y la fuerza del perdón en todos los ámbitos de la vida humana.
Es preciso aprender a Cristo
La carta a los Efesios invita a romper con la mentalidad del hombre viejo y a revestirse del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y en la dedicación a la verdad (Ef 4,24). En esto consiste la renovación de la mentalidad por el Espíritu. El autor afirma que los creyentes han aprendido a Cristo no para vivir en la vaciedad de criterios, propia de una vida sin sentido, sino para caminar en la verdad de Cristo. Aprender a Cristo lleva consigo una ruptura con el estilo de vida anterior a la conversión. Es preciso romper con toda corrupción, desenfreno y satisfacción de los propios deseos. La renovación de la mente y del espíritu implica dejar que el Espíritu de Dios renueve la mentalidad, el corazón y la conducta con una forma de vida nueva en la justicia y en la santidad.
El hombre nuevo de la justicia y del pan partido
Que esta forma de vida nueva en la justicia y en el compartir el pan es no sólo viable sino plenamente dichosa es algo que se puede experimentar de manera singular cuando se trabaja en la Iglesia comprometida y misionera en cualquier parte del mundo por la predicación de este Evangelio y trabajando a favor de los pobres y de los últimos para que todo tipo de hambre, material y espiritual, sea saciada por Jesucristo, verdadero pan de vida.
José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero murciano y profesor de Sagrada Escritura