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Obituario: Manuel Illán Martínez, profesor de Sanje. Hasta pronto, maestro

Domingo, 17 ene. 2021. MARIO CRESPO
Tengo un gran recuerdo de mi paso, en mi tierna infancia, por Sanje, el gran centro educativo (gran y grande) levantado y regentado primero por los padres jesuitas, gestionado después por una cooperativa de profesores de la que él formaba parte y, por último, por el Ministerio de Educación, hasta nuestros días. Allí pasé los cinco años escolares más felices, desde 2º hasta 6º de EGB, desde el curso 1973-74 hasta el 77-78. Es un colegio inmenso, lleno de espacios libres por los que los críos corríamos a placer a la hora de la comida. Corríamos nada más salir de clase al inmenso comedor, hoy inexistente, y salíamos pitando a los campos de olivos (hoy ya no es posible, por la valla del colegio) y los campos de fútbol de la parte alta. Pese a que siempre se ha identificado a este colegio con una experiencia educativa y de gestión innovadora y muy progresista, yo viví el ambiente de libertad correteando por sus inmensas instalaciones y viviendo mil aventuras con mis compañeros en espacios libres, en todos los sentidos. Nada que ver con el patio asfaltado y delimitado de la mayoría de los colegios de hoy.
Recuerdo aquellos años por los profesores que tuve en cada curso. En 2º, Victoria Ortín Funes; en 3º Abel J. Rodríguez Navarro; en 4º una profesora que solo estuvo ese año y que era de Villajoyosa (Encarna, creo recordar que se llamaba); en 5º a Manuel illán Martínez. Y en 6º mi tutor era Hilario Buendía Arróniz, aunque ya daba clase con numerosos profesores, uno por asignatura: uno de los hermanos Manzanera en Lengua; Daniela, la profesora de francés y esposa de otro profesor, José María Mena (ya fallecido), nuevamente Abel en Sociales… Conocía y trabé amistad con otro profesor que no me dio clase, Alejandro Romero Anglés, hermano del también profesor José Luis. En fin.
Ya tarde me he enterado de la muerte de Manuel Illán Martínez, mi profesor de 5º de EGB. De todos los profesores de Sanje en general guardo un grato recuerdo, pero tal vez más grato aún de Victoria y de Manuel.
Nunca he sido partidario de las clasificaciones y de las etiquetas, ni de los más o los mejores, pero me aventuro a afirmar que los enseñantes se dividen en profesores y maestros. Es obvia la distinción. Y Manuel illán fue sin duda un maestro. Primero por su vocación, pero sobre todo por saber conectar con un montón de pequeñajos a quienes transmitirles ilusión por crecer mentalmente y disfrutar del aprendizaje, un viaje que solo unos pocos privilegiados y sacrificados no acaban nunca.

Tengo recuerdos imborrables de mi maestro, como cuando se esforzó lo imposible por enseñarme el mínimo común múltiplo y el máximo común denominador, que tanto me costaba calcular. Y cuando para el Día de la Madre, nos puso a todos a hacer una manualidad que aún conservo: un sol. Sí, un espejo redondo sobre una base de madera rodeado de pinzas de la ropa pegadas en dos niveles, que hacen las veces de rayos una vez barnizados. Allí estábamos todos desmontando pinzas, pegándolas con la cola Darson y barnizando las pinzas.
Mucho tiempo después, cuando ya era universitario, volvía de vez en cuando a Sanje a saludarlo. Recuerdo que un 5 de junio no lo hallé en el aula y lo vi marchar con todos los alumnos (debían ser de 2º o 3º, muy pequeños) a un campo de olivos cercano, para mostrarles los árboles, la importancia de las aves y otros animales y la belleza oculta de la naturaleza. Les acompañé. Por aquel entonces yo estudiaba dos carreras y tenía pendiente la ‘mili’. Le comenté que barajaba hacerla en el IMED, un sistema que te permitía compatibilizar los estudios con el servicio militar durante dos periodos que incluían los veranos. Me dijo: “Mario, no te vayas a la mili, te veo muy centrado en los estudios y el ejército puede interrumpir tu dedicación”. Le hice caso. Con tan buena suerte que poco después me libré de la mili.
Vi por última vez a Manuel Illán, tras años de haber perdido el contacto, en una comida de la Asociación de Amigos de Sanje. Un poco decaído de ánimo, por sus problemas crónicos de salud, pero animado, animados ambos por el reencuentro. No se quedó a la comida y quedamos en concertar una posterior cita para hablar tranquilamente y ponernos al día. No se produjo esa cita. Me hubiera gustado, aunque no lo lamento. Si no ocurrió, tal vez era porque no debía ocurrir o que el azar no lo dispuso.
Ahora se ha ido. Solemos pronunciar frases de consuelo: la muerte es una etapa más de la vida; con la muerte no acaba todo… Yo la veo como un ocaso. Cuando dejé el trabajo en la empresa en la que estuve más de veinte años, me despedí de mis compañeros por escrito con un texto titulado ‘El ocaso’. Algunos me contestaron que debía ver las cosas en positivo, que todo iba a salir bien. Consideraban que el ocaso es la decadencia, como dice la tercera acepción del diccionario de la RAE. Pero contando con que irme fue muy decisión y que yo nací durante un ocaso, al ponerse el sol (primera acepción), para mí el ocaso es el nacimiento. Para que algo nazca posiblemente otro algo tenga que morir. El fin marca el principio.
A mi maestro Manuel Illán le ha llegado el ocaso. Se ha escondido tras el horizonte para iluminar otra parte de nuestro planeta. Cuando llegue mi segundo ocaso espero coincidir con él. Hasta entonces, suerte, Maestro.

Manuel Illán Martínez nació en Ribera de Molina y vivía en Molina de Segura. Fue profesor de Primaria en Sanje desde 1976 a 1991. Deja mujer (Candi), dos hijos (Roberto y Manuel) y tres nietos. Falleció el jueves 14 de enero de 2021 en una clínica de Murcia después de que se agravara su dolencia cardiaca tras una caída doméstica.

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